Arranco con un viejo cuento, pero que sirve para ilustrar el problema.
Se trata de dos adolescentes acampando en las sierras cordobesas. De pronto, ven llegar a un puma. Uno de ellos comienza a ponerse las zapatillas, mientras el otro, al verlo, lo increpa: “¡No seas tonto, el puma corre más rápido que un humano, aún con las zapatillas puestas!”. Mientras sale corriendo, el compañero le contesta: “¡No tengo que ser más rápido que el puma, tengo que ser más rápido que vos!”.
En el marco del acuerdo con el FMI, hay varios muchachos poniéndose las zapatillas.
En primer lugar, el precio del dólar oficial, que tiene que recuperar el atraso de los últimos meses y tratar de ganarle a la variación de los precios internos. En particular, en un escenario de penuria en el stock de reservas, menores ingresos de exportaciones por la sequía, y mayores costos de las importaciones imprescindibles de energía.
Si el Banco Central quiere liberar algo más de importaciones para que la actividad no se paralice, tendrá que racionar un poco menos por cantidad, y racionar la demanda de dólares un poco más por precio.
En otras palabras, para convencer a los exportadores para que le venda los dólares, más allá de las regulaciones, tendrá que pagarlos más caros. Y cuando tenga algo más de dólares en las reservas, sea por el ingreso neto de préstamos de organismos internacionales o del FMI, o por el ingreso por exportaciones, tendrá que vendérselos más caros a los importadores y a quienes tienen que pagar compromisos en moneda extranjera, incluyendo el turismo. De eso se trata un mercado, cuando se raciona más por el precio que por el cepo. Es cierto que un dólar más caro pega sobre los precios internos, pero no es menos cierto que una parte ya está pegando, por expectativas, y por otro lado, en general, resulta preferible, salvo en una situación muy excepcional, que haya dólares para la producción aunque implique un precio mayor.
Este movimiento en el precio del dólar frente a la tasa de inflación, y la forma en que retroalimenta el aumento de los precios internos, se hace más complejo, si el Banco Central, como ahora, prefiere devaluar en cuotas, en lugar de dar un salto de una sola vez en el precio.
Siguiendo con la analogía, el dólar se pone las zapatillas para correr más rápido que los precios internos, pero muchos precios están “atados” al dólar, de manera que cuando el dólar corre más rápido, algunos precios internos también.
Y ese es el “drama macroeconómico” cuando hay que cambiar precios relativos, sin programa, se corre el riesgo de que el precio del dólar se convierta en un hámster en su ruedita, frente a la tasa de inflación: que corra cada vez más rápido para seguir, en términos reales, en el mismo lugar.
Paso al segundo muchacho que se ha calzado las zapatillas, la tasa de interés en pesos, que intenta también ganarle a la evolución de los precios, para lograr que las ganas de ahorrar en pesos, al menos en el corto plazo, sean más tentadoras que las ganas de ahorrar en dólares.
Pero ahora hay que distinguir entre ahorro en dólares oficiales, o ahorro en dólares libres.
Si el tenedor de pesos espera que el dólar oficial le gane a la tasa de inflación y a la tasa de interés, su mejor “negocio” es ahorrar en bienes que tengan mucho componente de dólar oficial metido adentro. De ahí la demanda excedente que se está viendo, por ejemplo, en el mercado de ciertos bienes durables, en dónde, además, está restringida la oferta, no sólo por la falta de dólares para importar productos o insumos, sino también, porque quienes poseen stocks de esos bienes para vender, tienen las mismas expectativas que quienes los compran, y sólo se desprende de ellos en la cantidad mínima imprescindible para mantener su negocio, y, casi seguramente, a un precio superior al de lista que le compense la pérdida esperada con la devaluación futura o la eventual falta de dólares para reponer la mercadería.
Un caso diferente es el dólar libre en sus distintas versiones, en dónde las expectativas de su evolución, su oferta y su demanda, están más ligadas a la voluntad de mantener el ahorro en activos financieros y no en bienes.
Aquí lo que juega más directamente es la cantidad de pesos que “sobran” y la tasa de interés que los remunera.
Ustedes ya saben que el Banco Central tiene una montaña de pesos, por el equivalente, a precio oficial, a unos 46 mil millones de dólares, “guardados” en forma de deuda a interés. Del otro lado de esa deuda que esa institución tiene con las entidades financieras, están los depósitos a plazo fijo que poseen los ahorristas en los Bancos.
La autoridad monetaria acaba de subir, regulatoriamente, la tasa de interés, tanto de lo que cobran los bancos en esa deuda del Banco Central, como la que éstos pagan a los ahorristas. El objetivo es claro: al menos en el corto plazo, que los tenedores de pesos se queden en pesos tentados por esta tasa, y no compren dólares en el mercado libre o incluso que vendan algo.
Pero aquí volvemos al tema anterior.
Las reservas líquidas del Banco Central son, digamos, poquitas, ese es su verdadero activo. Como les mencioné, en su pasivo, hay pesos por el equivalente a 46 mil millones de dólares. Es decir, contando sólo dólares y pesos, y dejando de lado los “vales de caja” que firma el gobierno, el patrimonio del Banco Central es recontra negativo.
Para mejorar su balance, el Banco Central necesita ganar reservas en dólares y que los pesos de su pasivo se licúen respecto del valor de esos dólares.
Dicho de otra manera, que el precio del dólar oficial se ponga las zapatillas y le gane la carrera a la tasa de interés en pesos y que, a su vez, la tasa de interés en pesos, se ponga las zapatillas y le gane a la tasa de inflación.
Hasta aquí todos corriendo, tratando de ganarle a los demás.
A este panorama hay que agregarle el punto central, que es la reducción del déficit fiscal y la nueva emisión de pesos.
Sin el ancla de un menor déficit y menos pesos emitidos, existe el riesgo de que esta carrera de precios relativos espiralice la tasa de inflación.
Pero para que el déficit se reduzca, los ingresos fiscales se tienen que poner las zapatillas y ganarles a los gastos. Los ingresos tienen que ser “inflados” y los gastos “licuados”. Entre esos gastos están los subsidios económicos, para mantener por debajo del costo las facturas de la electricidad, el gas y el precio del transporte. Y están las jubilaciones, los salarios del sector púbico y los llamados subsidios sociales.
Y por si esto fuera poco, hay precios de servicios privados regulados por el Estado, que también tienen que recuperarse, al menos parcialmente, de los congelamientos de estos años, mientras que las negociaciones paritarias pretenderán que los salarios se pongan las zapatillas y le ganen también a la inflación esperada.
Obviamente, que todos les ganen a todos es imposible.
Es por eso que, para minimizar costos, y ordenar la carrera, es necesario el programa con el FMI.
Pero recuerden, sin acuerdos políticos, sin reformas de fondo, sin cambio de organización económica, dicho programa sólo consiste en elegir…a quién se come el puma.
Enrique Szewach