Tras su derrota en las elecciones legislativas de mediados de noviembre pasado, la coalición oficialista entró en una crisis política que se tradujo en serias dificultades para instrumentar los cambios que la macroeconomía requería y requiere.
Sin embargo, a mi juicio, las dificultades para encarar el “típico ajuste de los años pares” (el ciclo de corto plazo de la Argentina consiste en ajustar en los años pares y desajustar en los electorales, impares) surgieron, además, de la mala praxis de una gestión económica que subestimó la realidad.
Este escenario de un año par “diferente” se completó con un acuerdo con el FMI que también fue “distinto”, y que, por su diseño, permitió refinanciar los abultados vencimientos del 2023 y 2024, pero no sirvió para anclar fuerte las expectativas.
Lo cierto es que, entre el accionista mayoritario del Frente de Todos, el kirchnerismo duro, el accionista minoritario, el Frente Renovador, el accionista pseudo peronista representado por la liga de gobernadores y el “management” encabezado por el presidente Alberto Fernández, no lograron acordar un plan para encarar la segunda mitad del mandato hasta las elecciones de fines del 2023.
Esa falta de acuerdo tuvo su punto culminante en el rechazo del programa con el Fondo, por parte de un sector del propio oficialismo.
Curiosamente, un programa con el Fondo que, como mencionara, era muy poco exigente en materia de ajuste fiscal, dado que sobreestimó la capacidad del gobierno de renovar y financiar en el mercado local de capitales la deuda en pesos y el déficit fiscal, sin recurrir a la emisión del Banco Central, por encima del límite fijado de 1% del PBI.
La realidad, entonces, es que, entre la demora de casi ocho meses en definir un camino dentro de la coalición gobernante, la mala praxis del equipo económico, y la complicidad o condescendencia del FMI, la economía ha empeorado sustancialmente.
El precio del dólar libre se incrementó, entre el día posterior a las elecciones de medio término y hoy, más de un 40%.
Las reservas líquidas netas del Banco Central son negativas, afectadas por el fuerte aumento del desequilibrio monetario de los últimos meses, más que por la suba global de los precios de la energía importada, parcialmente compensada con el incremento de los precios de nuestros commodities de exportación.
Y ese mismo contexto de descontrol fiscal y monetario terminó triplicando la tasa mensual de inflación, que en noviembre pasado alcanzaba el 2,5% mensual y en julio estará más cerca del 8%.
Resumiendo, hasta acá, en lugar del típico ajuste de año par, tuvimos un habitual desajuste de año electoral, en dónde el gasto público en términos reales subió en subsidios económicos y en planes sociales, y se licuó algo en jubilaciones y salarios. En dónde el Banco Central más que duplicó hasta julio la emisión por razones fiscales comprometida para todo el año y se quedó sin reservas líquidas netas.
Dónde el tipo de cambio oficial se atrasó más del 20% en términos reales. Dónde la tasa de inflación ya se mueve al ritmo del 80-90% anual y dónde la brecha cambiaria entre el dólar libre y el dólar oficial supera el 120%, tornando cuasi imposible, dada las restricciones al abastecimiento de dólares a precio oficial para la importación, una actividad relativamente “normal”.
Y todo esto a un año largo de la primera vuelta electoral disfrazada de PASO (el sistema electoral argentino se ha convertido, para la elección presidencial, ¡en un régimen a tres vueltas!).
De manera que, si la coalición oficialista tiene alguna aspiración electoral, o quiere evitar una verdadera debacle, tendrá que encarar rápidamente el programa de los años pares, para tener algún margen de maniobra el próximo año.
El problema es que el punto de partida es ahora mucho peor, con las expectativas deterioradas, con un acuerdo con el FMI muy flojito de papeles, y con un staff y un Board mucho más exigente, dado lo sucedido hasta acá, y con sólo unos meses antes de largar la campaña electoral.
Es en este contexto en que se inscribe la llegada del nuevo Ministro de Economía, Sergio Massa.
Su tarea será aplicar un programita que frene o amortigüe la debacle actual, con cierta velocidad. Y no lo llamo “programita” despectivamente, sino “realísticamente”. A estas alturas, frenar la debacle suena titánico, pero no es el verdadero cambio de régimen que necesita la Argentina. Eso será, esperemos, en el próximo ciclo político.
Volviendo al programita, la buena noticia es que, por fin, se ha terminado con la pavada de “evitar los superministros”.
El tema no es una cuestión de poder, sino que se relaciona con la eficiencia y el éxito de la gestión.
En la Argentina, resulta imprescindible que alguien centralice el equilibrio general, que pueda sumar y restar y coordinar la política económica.
El desmembramiento del Ministerio de Economía, y los intentos de “supra coordinación” en el gobierno del presidente Mauricio Macri, ya mostraron su fracaso.
Y los resultados de la versión empeorada del presidente Fernández, con un diseño de loteo de Ministerios y Secretarías en función de satisfacer las demandas de la política interna de la coalición, están a la vista.
De todas maneras, al menos con la información disponible mientras escribo estas líneas, quedan todavía algunas áreas fuera de control del flamante Ministro.
Si esto es una cuestión exclusivamente formal, pero, en la práctica, tendrá dominio o fuerte coordinación con esos sectores, Energía, AFIP, ANSES, Desarrollo Social, Banco Central, esto no será un gran problema. Si, por el contrario, esta organización refleja que las diferencias internas de la coalición persisten, seguimos en problemas serios.
Respecto de los “contenidos”, el Ministro indicó que recién se anunciarán medidas a partir del próximo miércoles. Pero las líneas generales ya están claras.
Se requiere un ajuste fiscal, que implica que los gastos crezcan menos que la recaudación, es decir dejar que el impuesto inflacionario haga su trabajo, sin “compensaciones” plenas. Y cortar gastos que no se hayan devengado ya presupuestariamente dónde se pueda. Hay que sobreajustar el desajuste de los primeros siete meses del año.
Hay que endurecer la política monetaria, subiendo fuerte la tasa de interés -algo que ya se empezó a hacer esta semana- y hay que rehacer el mamarracho que es hoy el sistema cambiario y en ese marco, ajustar el valor del tipo de cambio oficial.
Pero dadas las aspiraciones políticas del Ministro de Economía, es probable que intente primero recuperar reservas y apretar monetariamente, antes de profundizar un ajuste fiscal impopular con los gobernadores y con los votantes.
Esa vocación política lo puede llevar a repetir el error de diagnóstico de sus antecesores.
La falta de dólares del Banco Central no es consecuencia de las importaciones de energía o de la menor liquidación de los productores de soja. La falta de reservas es la contracara de la huida del peso. Y lo que hay que recomponer es cierta demanda de dinero local, combinando ajuste fiscal, ajuste monetario y ajuste cambiario.
Lograr más reservas, sin ajuste fiscal, sin un programa confiable, sólo permitirá ganar algo de tiempo, muy poco, hasta que la demanda de esas reservas las vuelva a agotar, como pasó este año, pese al récord del valor de las exportaciones.
En síntesis, la coalición gobernante lleva ocho meses procesando su derrota electoral de noviembre pasado y tratando de posicionarse internamente frente a las próximas elecciones. Ese “juego” destrozó la posibilidad de hacer política económica.
Simultáneamente, la mala praxis y la subestimación de la realidad, hizo que la poca política económica que se pudo hacer empeorara la situación inicial.
Todavía están a tiempo de ordenarse internamente, y aplicar un programita que impida un mayor deterioro.
Pero el tiempo corre, y si siguen jugando a la interna y subestimando la realidad, el deterioro puede ser mayor, y se puede acelerar todavía más.
Enrique Szewach