El Gobierno se encamina a recorrer su último año previo a las elecciones generales, con problemas internos en la coalición gobernante, una confusa política económica y estacionado en una inflación cercana a los tres dígitos anuales.
En este contexto, el ministro de Economía Sergio Massa enfrenta desafíos cada vez más parecidos a los de la última etapa de Martín Guzmán.
En efecto, el primer ministro de economía del Presidente Fernández se dedicaba por las mañanas a sostener el acuerdo con el FMI, intentando medidas de ajuste fiscal y cuidando las reservas del Banco Central. Mientras, por la tarde, trataba de satisfacer las demandas de una parte de la coalición gobernante, postergando la reducción de subsidios a la energía y el transporte, e inventando bonos y programas de pseudo controles de precios, para mejorar la situación de los sectores de más bajos recursos.
Por supuesto que esta tarea desgastante y contradictoria terminó por eyectarlo del cargo, (con sillón y todo, porque estaba atado), y el descontrol monetario que generó el Banco Central emitiendo para comprar los instrumentos de deuda interna que los tenedores privados (y públicos) rechazaban, instaló a la economía argentina en el régimen inflacionario en el que estamos ahora.
Después del frustrado interregno Batakis, el Ministro Massa asumió su cargo con algo más de poder que sus antecesores. Poder emanado de su condición de socio minoritario de las distintas variantes de kirchnerismo gobernante, pero sobre todo poder surgido de las dramáticas condiciones objetivas de la economía vigentes en ese momento. Más que la designación de un ministro se trató de un llamado de emergencia, para frenar la caída libre del oficialismo.
El nuevo equipo económico se dedicó a tiempo completo a salvar el acuerdo con el FMI, con algunas medidas fiscales, con el invento del dólar soja, y con la reactivación de créditos de los organismos multilaterales, para cumplir, con algunas trampitas y con la tolerancia de los muchachos del Fondo, las nuevas metas intermedias acordadas para el segundo trimestre del año.
Como el programa con el FMI está diseñado solamente para no atrasarse en los pagos con el organismo y evitar así caer en una crisis aún más profunda de falta de dólares, el nuevo régimen inflacionario persiste y hay que seguir racionando cada vez más el acceso a los dólares a precio oficial que vende el Banco Central.
Salvado, por ahora al menos, el acuerdo, el ministro Massa se sintió con “tiempo libre”, para dedicarle algunas horas a las demandas internas de la coalición y a su eventual futuro político.
La demanda de la sociedad en su conjunto es por un plan de estabilización que nos saque del sendero de 6-7% mensual en el que estamos. Esto es así, porque como ya le conté, cuando la inflación se acelera y se mueve en la zona actual, no hay forma de “ganarle” por un plazo razonable a la suba de precios.
Pero como ese programa de estabilización no está disponible, la economía argentina se encuentra en medio de varios “bailes de la silla” simultáneos. Uno se desarrolla en el mercado de pesos y dólares, cuando para la música, el que se queda parado no puede acceder al mercado oficial de cambios.
El otro se juega en el mercado de los precios y salarios, cuando para la música, el que no actualizó su precio o su salario contra la inflación acumulada, pierde.
El tercero se juega en el mercado financiero. Cuando para la música, si se queda parado el Tesoro, apenas logra renovar la deuda interna que va venciendo. Si el que se queda parado es el Banco Central, tiene que colocar más leliqs para absorber los pesos que emite para pagar los intereses de esas mismas leliqs, cuyo stock sigue creciendo.
Si, en cambio, se queda parado el sector privado, no hay crédito disponible, salvo alguna línea promocional, mientras el rendimiento de los depósitos a plazo está tratando de empatarle a la inflación mensual.
Sin programa, y en medio de tanto baile, la política económica es una gran confusión.
No hay dólares para importar, pero se instrumenta un programa de compra en cuotas para alentar la demanda de electrodomésticos “de fabricación nacional”, es decir con mayor o menor cantidad de insumos importados.
Se requiere un ajuste fiscal incluyendo la reducción de subsidios a la energía y al transporte, pero se demora la instrumentación de los correspondientes a la energía y el Congreso pretende votar un incremento de los subsidios al transporte para el año próximo.
Hay que mejorar la situación de “los que más sufren” en un entorno de ajuste fiscal, y hace falta, entre otras cosas, reducir los impuestos al trabajo, para bajar los costos de emplear a trabajadores de poca productividad que, en general, predominan en el sector informal. Pero la “solución” pasa por disminuir la presión impositiva para los asalariados de mayores ingresos.
Se siguen dejando trascender anuncios de eventuales congelamientos de precios de algunos productos, de manera que sus fabricantes incrementen preventivamente sus precios, o los precios de otros productos de su línea de producción para compensar la pérdida de rentabilidad que podría causar el congelamiento. Mientras cada vez más productos se “cotizan”, tomando en cuenta el precio del dólar libre, dado que no hay acceso a las menguadas reservas del Banco Central.
Y así, ejemplo tras ejemplo de la confusión reinante o, mejor dicho, de una política económica a la deriva y a merced de presiones políticas, sectoriales y electorales, mientras se trata de mantener con vida al acuerdo con el FMI, que algunos han dado por caído.
Resulta difícil proyectar la prolongación de este escenario por mucho tiempo, aunque con el panorama descrito, también resulta difícil, en el corto plazo, imaginar una mejora.
Enrique Szewach