Domingo, 06 Noviembre 2022 03:46

La economía argentina y los senderos que se bifurcan - Por Enrique Szewach

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Hasta el momento, la ortodoxia del FMI resulta insuficiente y la heterodoxia kirchnerista, sin dólares ni posibilidad de emitir pesos que no se vuelquen a mayor inflación, no es efectiva

“El jardín de los senderos que se bifurcan” es un cuento, mezcla de policial y fantástico, publicado por Jorge Luis Borges a principios de la década del 40, del siglo pasado. 

Sin el ánimo de “espolear”, los senderos en cuestión, según los que saben, se interpretan como las múltiples líneas temporales que puede tomar la historia. Es una de las tantas metáforas del tiempo al que recurre el genial escritor a lo largo de su vasta obra.

Desde su comienzo, en diciembre de 2019, la política económica argentina parece inmersa en estas líneas de tiempo paralelas del cuento.

Por un lado, la línea de tiempo del programa de ajuste cuasi ortodoxo que imponía la necesidad de lograr un acuerdo con el FMI para renovar el préstamo obtenido por el Mauricio Macri.

La ventaja de ese momento, para aplicar este plan, era que la administración Fernández heredaba una situación fiscal relativamente manejable, con equilibrio fiscal, obtenido principalmente con licuación inflacionaria, pero equilibrio al fin.

Un tipo de cambio real y una situación de reservas en el Banco Central razonable y margen para remonetizar la economía sin presiones inflacionarias mayores, salvo las resultantes de la requerida actualización de los precios de los servicios públicos.

Esa era la línea temporal a la que el ministro Martín Guzmán llamaba “tranquilizar la economía”.

La pandemia del COVID 19 introdujo un fuerte desafío a ese escenario y allí irrumpió otro sendero, mucho más cercano al corazón de la política económica kirchnerista, resumida en aquello de que “la emisión no genera inflación” y el aumento del gasto público es la base del crecimiento económico.

Y desde ese momento, además de la tragedia humana que generó la pandemia, la cuarentena eterna y el pésimo manejo inicial de la cuestión de las vacunas, esos dos senderos temporales de política económica que se mueven en paralelo convivieron generando la confusa comedia de enredos en que se ha convertido nuestra realidad económica.

En efecto, y salvando las distancias, primero el Ministro Guzmán, y ahora el Ministro Massa intentan aplicar el habitual programa de ajuste fiscal del FMI y simultáneamente, en otro sendero, el habitual programa de atraso cambiario, atraso tarifario, bonos compensatorios, crédito subsidiado para consumo, impuestos extraordinarios, y endeudamiento interno, del kirchnerismo.

En esas dos líneas de tiempo que se bifurcan se encuentra el origen y la causa de la crisis actual.

En efecto, el modesto ajuste fiscal resultó insuficiente para frenar el crecimiento de la deuda interna y la expansión monetaria-inflacionaria resultante. Dicho sea de paso, casi todos los países de la región que expandieron su gasto y su déficit durante los peores meses de la pandemia ya volvieron a la normalidad pese a tener capacidad de endeudamiento genuino en el mercado.

Retomo, el ajuste fiscal diseñado resultó insuficiente como ancla y el exceso de pesos generado entre 2020 y la primera mitad del 2022, aceleró la tasa de inflación, incrementó la brecha y se llevó los dólares de las reservas del Banco Central. El plan del FMI que compró la fantasía de que existe un mercado local de capitales que reemplaza al Banco Central, fracasó y prácticamente se duplicó la tasa de inflación esperada.

Entiéndase bien, el acuerdo está vigente y es bueno que así sea, pero visto como la base de un programa económico, claramente no ha logrado el objetivo de estabilizar la tasa de inflación, ni tampoco logró aumentar el valor de los bonos argentinos, manteniendo muy elevado el riesgo país.

En el otro sendero simultáneo, se instrumentó el programa del kirchnerismo, retardando y moderando la reducción de subsidios a la energía y al transporte, atrasando el tipo de cambio y creando el “plan platita” en un intento por evitar un desastre mayor en la elección de medio término del año pasado. Este plan, como era de esperar, sin dólares en las reservas y sin capacidad de endeudamiento genuino, también fracasó.

Ahora bien, en los próximos meses, el ministro de Economía pretende desafiar a Borges, tratando que dos senderos, que dos líneas de tiempo paralelas se tuerzan y se corten.

Por un lado, busca un ajuste fiscal algo mayor, reduciendo subsidios económicos y sociales, y limitando partidas presupuestarias, mientras sube la tasa de interés, acelera la devaluación diaria, aumenta la absorción de pesos con deuda interna e inventa tipos de cambio sectoriales y/o temporales y regulaciones varias para sostener las exiguas reservas del Banco Central sin un salto cambiario explícito y generalizado.

En este escenario, todos aquéllos que tienen productos exportables sin apuro para vender o liquidar hacen cola todas las mañanas en la puerta del Ministerio para pedir “su” dólar.

Por el otro, trata de sostener el programa kirchnerista.

No recupera el atraso cambiario “heredado”, busca algún acuerdo-congelamiento temporario de precios, aumenta indirectamente impuestos, y trata de compensar con bonos y sumas fijas la caída de poder de compra de asalariados y jubilados.

En este contexto, se explica claramente la oscura confusión en que está envuelta hoy la economía argentina, la inflación de casi tres dígitos y las perspectivas de estancamiento.

La ortodoxia fondomonetariasta resulta insuficiente y la heterodoxia kirchnerista, sin dólares, ni posibilidad de emitir pesos que no se vuelquen a mayor inflación, no es efectiva. Y esta mezcla de agua y aceite conspira, además, contra la posibilidad de renovar deuda interna a plazos más largos y en condiciones menos gravosas. Y esto es clave: la crisis de deuda interna de junio pasado, no se superó, sigue latente.

La geometría borgeana indica sin dudas que dos líneas de tiempo paralelas no se tocan y la aritmética agrega que sumar dos fracasos, casi nunca resulta en un éxito.

Enrique Szewach

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