Los tres dígitos de la variación anual en la tasa de inflación del mes de febrero y las perspectivas de un marzo que mantendrá la tendencia, han explicitado que instrumentar un programa de estabilización serio en la Argentina no es cosa de acuerdos de precios, de voluntarismo político, o de magia.
Es más, viendo la evolución de la tasa de crecimiento de los precios de los diversos rubros que componen la canasta de bienes y servicios que registra el INDEC, queda claro que, más allá de la importante y determinante suba del precio de la carne vacuna, en el mes de febrero (precio todavía retrasado respecto de su papel de “amortiguador” de la inflación del 2022), tanto la estacionalidad, como los precios regulados jugaron a favor de que el registro del mes que pasó no fuera aún mayor.
Asimismo, en el frente de los dólares, se reflejan en las escasas reservas en poder del Banco Central, como consecuencias de la sequía que castiga al campo, principal generador de productos de exportación de la Argentina, y de los compromisos de pago netos de este año, tanto con el FMI, como con los tenedores de la deuda privada canjeada durante el 2020,
Para completar el panorama, estamos en los albores de un complejo año electoral, en dónde, según todas las encuestas de opinión, la mayoría de los potenciales votantes se muestran desanimados, desconfiados y escépticos respecto de la capacidad que tendrá la clase política, en sentido amplio, para solucionar sus problemas cotidianos, en los próximos años (Todos tenemos el foco puesto en la oferta electoral, pero importa también tener presente la demanda).
Frente a este panorama, el Gobierno tiene poco margen de maniobra.
Para un plan antiinflacionario, aunque fuera modesto, necesita algún ancla nominal relativamente potente.
Resulta difícil buscar dicho instrumento dónde debería buscarse, en el Banco Central.
Habitualmente, en un escenario como el descrito, el candidato más efectivo sería un ancla cambiaria. Pero sin reservas, con el atraso ya acumulado en el precio del dólar oficial, y con la perspectiva mencionada de caída neta de las exportaciones, fijar el tipo de cambio, aún después de un salto por única vez, y luego dejar de indexarlo, sería muy poco creíble, y hasta podría empeorar la situación.
La opción de usar el ancla monetaria, al estilo del programa con el Fondo de los finales del gobierno del presidente Macri, no está disponible, porque el déficit fiscal no tiene financiamiento alternativo, y tampoco lo tiene la deuda en pesos que el sector privado no renueva.
Por lo tanto, el único instrumento que queda en el Banco Central es la tasa de interés. Pero la suba de la tasa de interés, dado el tamaño del sistema financiero y el mercado de capitales argentino, y otra vez, sin reservas suficientes, no sólo es un instrumento poco efectivo en materia antiinflacionaria, sino que, por el contrario, tiene el efecto perverso de aumentar el problema, dado que los principales deudores del sistema financiero son el Tesoro y el propio Banco Central.
Descartado el Banco Central, en primera instancia al menos, exploremos el ancla fiscal.
Paradójicamente, sin reformas de fondo, imposibles de poner sobre la mesa con un gobierno percibido como “de salida”, el instrumento para el “cierre fiscal” ha sido, precisamente, el impuesto inflacionario.
Por supuesto que, en principio, existiría espacio para congelar el gasto de caja en aquellos rubros que no tienen movilidad automática, focalizar mejor el gasto social, y acelerar la baja de subsidios a los precios de la energía y al transporte, para los sectores de mayores ingresos,
Lo primero, congelar el gasto, obliga a que el Gobierno se enfrente con un subconjunto de sus votantes -empleados públicos- o de sus socios -gobernadores, en particular el de la Provincia de Buenos Aires-, o de sus amigos, por el diseño actual del financiamiento de las obras de infraestructura.
Focalizar el gasto social, implica depurar y ordenar todo el esquema actual, sacándole recursos, en un año electoral, a sectores allegados directamente con el oficialismo.
Finalmente, acelerar la baja de subsidios económicos, se traduce, en la práctica, en aumento de los precios regulados. Es decir, en suba y no baja de la tasa de inflación.
Como puede apreciarse, tampoco el frente fiscal ofrece demasiado en materia de freno a la tasa de inflación.
Por último, entonces, queda explorar alguna variante de acuerdo de precios y salarios, mal sustituto de un programa, pero que podría tener un mínimo efecto de corto plazo.
Pero para un acuerdo serio, tendiente a “para la pelota” sin nada más, se requiere un poder político y la promesa creíble de un programa profundo en los próximos meses. Alternativa que, otra vez, hoy no luce probable, ni potable.
No mencioné, en este inventario, al acuerdo con el FMI que otrora servía, en alguna medida, como respaldo y ancla de expectativas.
Sucede que hoy el Fondo no quiere hacer olas y está, de alguna manera, resignado con la Argentina, a la espera de que vengan tiempos mejores. Por lo tanto, tener un acuerdo con el FMI, en el marco de lo que estamos hablando, sirve de poco, aunque no tenerlo sería un desastre.
¿Y entonces?
Entonces, la única contención de la inflación surgirá de la recesión, que se profundizará (freno a los precios por la menor demanda, como pasará, por ejemplo, con el precio de la carne). Sumado a más cepos y restricciones para administrar las reservas y sostener la demanda de pesos. Y, eventualmente, complementado por atrasos o demoras en la autorización de incrementos de los precios regulados del sector privado. Un cambio en el sistema de comercio exterior, con devaluaciones sectoriales a exportaciones e importaciones, sería una forma de administrar las escasas de reservas, pero iría en contra de bajar la tasa de inflación.
De pronto recordé el viejo cuento del borracho buscando en la madrugada, en la calle, las llaves para entrar a su casa. “Las perdió por acá”- le pregunta un transeúnte con ganas de ayudar. “No, me parece que en la esquina” -es la respuesta-. “¿Y entonces, qué hace buscando acá? “Es que acá está mejor iluminado”, es la lógica respuesta.
En el intento de bajar la tasa de inflación, el Gobierno estuvo buscando en el lugar equivocado, y encima por su política energética, dónde busca, ni siquiera hay luz.
Como puede observarse, la sequía no sólo afecta al campo, también afecta a las ideas de política económica.
Enrique Szewach