Como saben, ya desde mediados del año pasado que el Gobierno intenta, de diversas maneras, engrosar las reservas del Banco Central.
Como también saben, si vienen por esta columna semanalmente, la falta de reservas del Banco Central es la otra cara de la moneda del exceso de pesos que generó una mala política económica nacida a la sombra de la cuarentena del 2020, bajo el paraguas de que “la emisión no genera inflación”. Y luego, ya con la complicidad del FMI, bajo la premisa de que el “mercado local de capitales financia cualquier déficit fiscal”.
A ese panorama, se le sumó una pésima instrumentación del canje de la deuda con privados, y el concepto más general de que se podía reeditar el ciclo de política económica kirchnerista del 2011-2015.
Un cocktail letal de malas políticas económicas en el contexto de un gobierno que nunca encontró su rumbo, en el marco de una coalición demasiado heterogénea.
La llegada de Sergio Massa y un equipo relativamente más coherente de profesionales de la economía, permitió frenar la caída al borde del precipicio y alejar al gobierno de la cornisa, al menos unos metros.
Se normalizó la relación con los organismos multilaterales de crédito, y se empezaron, aunque muy moderadamente, a reducir los subsidios implícitos en los precios de los servicios públicos.
Este “programita” (como lo llamé en ese momento) se completó con un ajuste fiscal a fuerza de licuación inflacionaria del gasto y de suba nominal de la recaudación.
Sin embargo, la emisión de pesos para reemplazar a los tenedores de deuda pública en moneda local que habían rechazado parcialmente su renovación, combinado con el uso del tipo de cambio oficial como pseudo ancla antiinflacionaria, aceleró la demanda de dólares baratos de los importadores, a los que se sumaron los “turistas” y los legítimos pagos, ya cuotificados, de deuda privada.
Esto obligó, me repito porque cada vez hay más lectores y lectoras que se suman, a más restricciones a las importaciones, por un lado, y al invento del “dólar soja” para anticipar las liquidaciones de productores de sus tenencias de la oleaginosa, para que el Banco Central no agotara más rápido sus reservas.
Pero claro, llegó la sequía y a la mala política económica y a un oficialismo confundido y confuso frente al año electoral, se le sumó la mala suerte.
Pero el problema de fondo es que por la mala política y la mala política económica la Argentina tiene prácticamente cerrado el ingreso de capitales privados, ya sea como préstamo, ya sea como inversión directa de locales o extranjeros.
Sin reservas, y emitiendo más pesos. Sin ingresos de capitales privados y ahora sin dólares suficientes de las exportaciones, el Gobierno eligió hacer un ajuste recesivo “por cantidades” con más restricciones a las importaciones en lugar de un ajuste “por precio” con un salto en el valor del tipo de cambio oficial.
Al final del día, la única diferencia entre los dos tipos de ajustes es que el actual, aunque no lo crea, es algo menos inflacionario que el del salto devaluatorio, cuestión que, en un período electoral no es menor, aunque frena el estímulo a las exportaciones que podrían compensar, en algo al menos, la falta de dólares y el nivel de actividad.
Con este panorama, la escases de dólares al precio oficial solo se puede compensar en algo, sin agravar aún más las restricciones a la importación, consiguiendo préstamos de países, de organismos multilaterales de crédito y del FMI.
Respecto de los multilaterales, por ahora, los préstamos que se anuncian y/o ingresan sirven para ir pagando los préstamos anteriores de esos mismos organismos que vencen este año. Es decir, por ahora, dinero “nuevo” no hay.
Respecto del préstamo de países, aquí los candidatos, como es conocido, son el swap con China, y el préstamo para financiar a exportadores brasileños que daría la banca de ese país contra alguna garantía local de repago.
Pero estos mecanismos, son préstamos condicionados.
Es decir, no son dólares para las reservas, son yuanes y reales que “juegan” contra aliviar restricciones a las importaciones de China y de Brasil, y eventualmente, sustituir importaciones de ciertos insumos que hoy se traen de otros países.
Lo digo de otra manera, hoy no tenemos dólares en las reservas. Y lo que nos prestan, o prestarían chinos y brasileños sólo se pueden usar contra importaciones, no son dólares nuevos. Es decir, los productores chinos y brasileños reciben el pago de sus exportaciones en efectivo, en moneda local en sus respectivos países, y China y Brasil se lo cobrarán a la Argentina en algún plazo, con algún interés. Mientras tanto, los productores argentinos, depositarán los pesos en su banco local, pagando las importaciones.
Insisto, son préstamos para importar, no para sumar reservas.
Por supuesto que el dinero es fungible, de manera que los pocos dólares que entren de las exportaciones y que liberen las importaciones desde China o Brasil se podrán destinar a importaciones desde otros destinos, o a intervenir en los mercados libres del dólar, de diversas maneras, como se está haciendo hoy.
Y aquí es donde entra el FMI.
En efecto, el Gobierno le está pidiendo al Fondo “libertad” para asignar esos eventuales dólares sobrantes como quiera, sea para nivel de actividad, aliviando restricciones, sea para usarlos para frenar la brecha en medio de la dolarización de portafolios preelectoral e, indirectamente, calmar la suba de precios atados de alguna manera a esa brecha.
El Fondo, por su parte, quiere que el Gobierno “ajuste por precio”, es decir, que deje de vender dólares baratos a los importadores y que no los “despilfarre” interviniendo en los mercados alternativos del dólar.
Esa es la negociación de acciones de política económica en el régimen cambiario, previa a un eventual cambio en el cronograma de desembolsos del FMI comprometidos para los próximos trimestres.
El Gobierno pelea por su política electoral y el Fondo, para aceptar cambios en el cronograma de desembolsos, defiende su programa.
Cambio de cronograma que pone a las muchachas y muchachos del 700, de la calle 19 en Washington, en un dilema. Adelantar fondos dentro del año, es posible, aunque necesitan el compromiso de que el gobierno no se los va a “patinar” en lugar de guardarlos para pagarle al mismo FMI (en el segundo semestre hay pagos netos por 1800 millones de dólares, aproximadamente).
Patear compromisos de pago a los próximos años, involucra a un próximo gobierno todavía no electo. Lo mismo sucede si se amplía el préstamo. De manera que la trampa es evidente: cómo “ayudar” a este gobierno a terminar razonablemente su mandato, sin afectar el mandato del próximo gobierno.
Y aquí estamos parados hoy.
Un gobierno sin dólares, que los busca a toda costa para gastarlos en la campaña electoral.
Un FMI que quiere mantener “vivo” un acuerdo cuyas metas son incumplibles, y no sólo por la sequía, ayudando a los actuales pero sin perjudicar a los futuros.
Deudas en dólares con importadores y ahora con países que se irán sumando a la herencia del próximo gobierno.
Expectativas de inflación crecientes y desancladas en medio de un escenario electoral cada vez más confuso.
Y pocas perspectivas de ordenar la transición, al menos hasta agosto.
Recuerdo, de pronto, aquella vieja maldición china “ojalá te toque vivir en épocas interesantes”.
Enrique Szewach