Muchas veces se confunde la inercia con las expectativas y, no es de extrañar, porque ambos conceptos se han entrelazado en la teoría económica. Pero son dos cosas completamente diferentes.
Lo que está claro es que no basta con desindexar; también es necesario tener una política económica acorde con la baja de la inflación y que esta política monetaria sea creíble de modo de que se generen expectativas antinflacionarias. Si no se generan expectativas positivas, difícilmente se pueda frenar la inercia.
Quedó demostrado que reducir la inflación no es sencillo. No lo es porque implica que toda la política económica esté alineada con este objetivo y además, es necesario que las personas crean que se puede tener éxito. En efecto, la inflación es un fenómeno monetario, porque se trata no tanto de la suba de precios como de la caída en el valor del dinero.
Como cualquier bien, el dinero tiene una oferta y tiene una demanda. La oferta es la cantidad de dinero que emite el Banco Central, y la demanda es la cantidad de dinero que la gente desee tener inmovilizado. O sea, la cantidad de dinero que quede en cajas de ahorro, bolsillos, billeteras o tarritos de lata.
Si el Banco Central imprime más dinero del que la gente quiere tener guardado, la gente cambiará ese dinero por bienes o por otros instrumentos financieros. Como naturalmente, se puede imprimir billetes mucho más rápido de lo que se puede invertir, producir nuevos bienes y servicios o conseguir dólares, el resultado es que terminan habiendo más billetes que bienes y servicios y el precio empieza a subir. De la misma manera si la gente desea tener una menor cantidad de dinero inmovilizado se deshará el dinero excedente y provocará el mismo efecto.
El Banco Central puede emitir dinero para financiar al tesoro, para bajar la tasa interés, para comprar reservas entre otras cosas. Sea la razón que sea por la cual emite el dinero, lo cierto es que si esa emisión no tiene una contrapartida, el exceso de dinero se terminará yendo a precios. A veces sucede que el Banco Central se ve obligado a emitir moneda de forma sostenida, como por ejemplo, si se ve obligado a financiar de forma continua al Tesoro.
En estas condiciones la percepción la sociedad o del mercado es que seguirá habiendo excesos de oferta de dinero en el futuro. Si la ciudadanía prevé qué el exceso de dinero se mantenga en el tiempo entonces también puede anticipar una caída del valor de la moneda. Como cualquier otro activo financiero y el mercado anticipa una caída en el valor naturalmente tratara de deshacerse de ese activo financiero. Ello puede provocar una caída de la demanda de pesos y como consecuencia una aceleración de la inflación.
Cuando las expectativas se forman de esta manera solamente mirando el futuro estamos bajo la teoría de expectativas racionales. Si las expectativas fueran perfectamente racionales no habría lugar para la inercia inflacionaria. Porque las expectativas se formarían mirando el futuro y no el pasado. Por ello, si el Gobierno establece una política anti-inflacionaria que es efectiva y creíble, la inflación debería bajar anticipándose al éxito del programa económico.
También existe la teoría de expectativas adaptativas. Dicha teoría asume que en la formación de expectativas existe una vinculación al pasado. En ese caso sí se podría decir qué hay una inercia inflacionaria que afecta las expectativas de inflación. O sea, que en parte cuando los agentes económicos definen su demanda de dinero miran, en parte, la inflación pasada. Por lo tanto, por más que el Gobierno o el Banco Central tomen medidas para bajar la inflación, se vuelve difícil bajarla porque la demanda de dinero continúa formándose con la experiencia pasada.
En 1995 Robert Lucas ganó el premio Nobel de economía por desarrollar y aplicar la teoría de expectativas racionales al mercado monetario y a la curva de Phillips, logrando demostrar que a la larga la economía opera con expectativas racionales. En los mercados de capitales esto se observa con mucha facilidad. Un ejemplo de esto se vio hace pocos días cuando Irán bombardeó una base militar de Estados Unidos en Irak. En cuestión de segundos los precios de petróleo y del oro comenzaron a subir, anticipándose a una potencial futura guerra.
Sin embargo, también es cierto que en el corto plazo en materia monetaria se observa cierta inercia inflacionaria. Desde la teoría de las expectativas racionales la respuesta a esto, es que las políticas públicas tienen inercia y no las expectativas, por ejemplo, los mecanismos de indexación automática.
En cualquier caso, la inercia inflacionaria es un fenómeno de corto plazo. Para bajar la inflación se requiere una política económica que reduzca la necesidad de emisión monetaria, que garantice un Estado con las cuentas públicas en orden, estabilidad cambiaria y que el programa se creíble. De lo contrario, por más que se corte la inercia inflacionaria, a la larga lo relevante será el programa económico y que tan sostenible lo perciba la sociedad y el mercado.
Fausto Spotorno