Es un combate que se confirma ahora, con un anuncio de candidatura por parte de DeSantis que estaba en la mente de todos desde el 8 de noviembre del año pasado.
Aquella fue la fecha de las elecciones legislativas, en las que los republicanos se tuvieron que contentar con resultados peores de lo esperado. Con Joe Biden hundido en las encuestas, con una inflación disparada que mordía la cartera de los estadounidenses, la previsión era de vapuleo. Pero no conquistaron el Senado, recuperaron la mayoría en la Cámara de Representantes con menos amplitud de lo previsto y perdieron carreras clave a gobernador.
Muchos republicanos y medios afines apuntaron con el dedo a Trump. El expresidente, la figura más popular del partido, había impulsado en primarias a candidatos radicales de su cuerda, que perdieron las elecciones en estados decisivos. Para muchos, era un aviso a navegantes: en 2024 podría ocurrir lo mismo, con un Trump con una base conservadora leal, pero incapaz de atraer a moderados e independientes en batallas clave.
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DeSantis fue un ejercicio de contraste aquella noche. En el estado bisagra más poblado del país, Florida, acababa de arrollar en su reelección como gobernador. «¡Dos años más!», gritaban sus seguidores, seguros de que su líder iría a por la Casa Blanca en 2024.
Para quienes creían que ya era hora de que el partido republicano pasara página con Trump, DeSantis se antojaba como el sucesor ideal. «Trump con cerebro», le había definido la revista 'New Yorker' unos meses antes. DeSantis, que ya había empezado a alcanzar relevancia nacional, comenzó a crecer con fuerza en las encuestas.
Trump, con gran habilidad política, no dejó que el suflé de DeSantis siguiera creciendo. Una semana después de las legislativas, dos años antes de las elecciones de 2024, anunció desde su residencia de Florida, Mar-a-Lago, que se presentaba a la reelección. La pelea estaba servida.
Ascenso político
DeSantis no se había convertido en esperanza republicana solo por su capacidad de ganar con rotundidad en un estado importante. Su ascenso ha tenido tres patas: Trump, la pandemia y la batalla cultural anti 'woke'.
Nacido en Jacksonville (Florida) hace 44 años en una familia italoamericana -todos sus bisabuelos emigraron desde el empobrecido sur de Italia-, salió de la clase media por una ambición imparable. Estudio en las mejores universidades -Yale y Harvard- por esfuerzo y mérito. Pasó por la Armada como asesor legal -estuvo destinado en Irak- e inauguró su carrera política en la Cámara de Representantes, donde fue uno de los fundadores del Freedom Caucus, un grupo de legisladores de marcado acento conservador.
En 2018, lanzó una candidatura improbable para gobernador de Florida. Ganó la elección por la mínima subido al ala de Trump, entonces presidente de EE.UU. y, como hoy, rey del partido. Se sumó a sus mensajes, emuló su vestimenta -traje oscuro, corbata roja- y gestos, y se benefició de su presencia en mítines, con un arrobamiento por Trump que llegó a extremos ridículos: en un anuncio de campaña, le leía a su hijo 'El arte de la negociación' -el libro estrella del multimillonario neoyorquino- y ayudaba a su hija a levantar un muro con México con piezas de construcción.
La pandemia le convirtió en estrella en todo el país. Fue combativo contra los cierres, las restricciones, la imposición de mascarilla o la obligatoriedad de la vacuna para algunas actividades o profesiones. Buscó que Florida estuviera 'open for business', 'abierta para el negocio', a la mayor celeridad.
Después aprovechó la fama de la pandemia para confirmarse como látigo de la agenda 'woke'. En Florida, ha buscado eliminar las discusiones sobre raza o sobre cuestiones LGBTQ en los centros educativos, ha vetado libros al respecto, ha impulsado políticas contra la transición de género de menores y ha enviado a inmigrantes indocumentados por avión a Martha's Vineyard, un refugio de la élite liberal en Massachussetts, para contestar las políticas de 'ciudades santuario' que impulsan algunos demócratas.«Florida es donde muere lo 'woke'», ha proclamado, en un momento en el que la batalla cultural divide más que nunca a EE.UU., y él se ha erigido como faro conservador.
Elegibilidad
Esas credenciales son el complemento de la principal carta que tiene en su mano: la elegibilidad. Muchos republicanos temen que, por muy débil que llegue Biden a 2024, se repita la historia de 2020: que Trump mantenga su base leal de votantes, pero también una impopularidad entre demócratas -también entre moderados e independientes- que le acabe derrotando.
DeSantis, de alguna manera, ofrece una alternativa atractiva para los republicanos: los mensajes, la agenda, el conservadurismo de Trump, pero sin el caos, el 'show' constantes, las turbulencias del expresidente. En los últimos cinco años, ha proyectado una imagen de eficiencia y seriedad en la gestión, sumada a no ceder un milímetro ante los demócratas.
«Hay dos personas con posibilidades reales de ser elegidas», dijo DeSantis en una llamada reciente con donantes, que resumía esa posición. «Biden y yo».
DeSantis, sin embargo, tiene varios problemas. El principal es Trump. El expresidente ha despegado en las encuestas desde principios de año, impulsado en parte por sus escándalos judiciales. Mientras DeSantis alargaba el anuncio de su candidatura, le ha atizado con acidez, en su estilo.
Se refiere siempre a él con uno de sus famosos motes: Ron DeSanctimonious, 'Ron DeSanturrón'. Ha asegurado que le pidió llorando que le diera su respaldo en la elección a gobernador de Florida en 2018 y que, si no fuera por él, DeSantis trabajaría en un Pizza Hut. Ha asegurado que no defiende los programas sociales de la Seguridad Social y Medicare, fundamentales para el votante mayor. Sugirió que su rival tuvo relaciones inapropiadas con estudiantes menores cuando fue profesor. DeSantis apenas ha respondido con un par de zarpazos: no le interesa cabrear a los 'trumpistas' y sabe que en el intercambio con el expresidente saldrá perdiendo.
Al nuevo candidato, con una presencia impecable y una familia fotogénica, podría faltarle también conexión con el votante: le cuesta caer bien. Muchos le califican de frío y distante. Personas que han convivido con él han ido más allá: el diputado republicano David Trott le ha calificado de «arrogante, capullo, pasa de la gente»; un excompañero de béisbol en Yale dijo de él que es «el mayor capullo que he conocido» (pese a ello, DeSantis fue capitán del equipo).
Tendrá que encontrar la manera de cambiarlo porque en primarias se enfrentará contra una figura idolatrada por los republicanos y un mago de la seducción, que se come el escenario. También tendrá que aprender a manejarse en el barro, donde ya le espera Trump.