Bien es cierto que los sobrevivientes de aquella guerrilla – ya añosos – se han adaptado muy bien al capitalismo de amigos de la era K. Es una amistad de mutua conveniencia. Ellos aportan al entramado K, un manto que le permite a éste arroparse en antiguas luchas que considera “progresistas” o “populares”. Los K les retribuyen con subsidios, puestos o negocios.
Claro que las contradicciones de este “relato” saltan a la vista. No es fácil proponer la expropiación de Vicentin y, en simultáneo, reivindicar un capitalismo tan turbio como el de Hotesur. O fabricar una moratoria impositiva a la medida del enlodado entorno de empresarios K.
Por otra parte, los guerrilleros de los 70 –que, por cierto, no eran los ángeles que hoy se nos pintan – cuando ejercían la violencia, se jugaban el pellejo. Los K, son menos arriesgados. Contratan delincuentes comunes para que realicen la hazaña de romper silobolsas. (No fueron causales, las recientes sueltas masivas de presos: entre ellos se reclutan los vándalos que se encargan de esos menesteres).
Por todo ello, no creo que estemos en la antesala de un estado leninista (como algunos temen). Considero, en cambio, que nos gobierna una clase política que es la cara visible de un capitalismo turbio que es, en buena medida, de origen ilícito. En otras palabras, nos gobierna una nueva e inmoral oligarquía.
Ejemplo de ello, son los fenomenales negociados de Bonafini, Shocklender y Milagros Sala con fondos que debieron haber sido destinados a viviendas populares. O las riquezas mal habidas de los Báez, Cristóbal López, Gvirtz y tantos otros.
Para entender todo esto, hay que recordar que Néstor Kirchner, allá por 2003, tuvo una gran intuición. Cuando decidió llevar al orden nacional este sistema de capitalismo corrupto que ya imperaba en Santa Cruz, advirtió que, para llevarlo a cabo, necesitaba la complicidad de la izquierda. Había que comprarla, Madres y Abuelas incluidas. Así se concedieron subsidios, vinieron los Sueños (no) Compartidos, los subsidios de todo pelaje y las jugosísimas indemnizaciones que todos nosotros – a través del Estado - estamos pagando a los presos o exilados durante el Proceso (incluyéndose en la bolsa a unos cuantos “repatriados de Ibiza” - válganos la expresión de Sabina - de extraña o ninguna militancia).
Tales indemnizaciones contrastan con las miserables compensaciones concedidas a las familias de los soldados muertos por el ERP o por Montoneros en Tucumán, Azul, Formosa y otros lugares de combate, durante la vigencia del gobierno constitucional del peronismo. Es que el Ejército, para la izquierda, siempre es malo. Aunque defienda la Constitución. Y la guerrilla es siempre buena, aunque dispare contra el pueblo.
Otro factor a considerar, para comprender esta nueva forma de capitalismo mafioso, es el de sus referentes internacionales, que son también los de la izquierda. Es muy curioso. Sus referentes siguen siendo las grandes potencias que abandonaron el comunismo. Porque la Unión Soviética, ya no existe: el comunismo ruso implosionó hace treinta años. Y, algo antes, el Partido Comunista de China ya había abrazado un capitalismo salvaje. Bien ¿quiénes son, hoy, los magnates de esos nuevos capitalismos? Como cae de maduro, los que integraban la cúspide de sus respectivas nomenclaturas partidarias.
Sin embargo, sorprendentemente, Rusia y China siguen siendo el norte que orienta a la izquierda local y de otros países sudamericanos. ¿Cuánto queda pues, de marxismo leninismo en esas izquierdas? ¿Y cuánto hay en ellas de capital turbio, cuando no de narcotráfico? La balanza se inclina hacia la segunda posibilidad (casos como el de las FARC, ya no son aislados).
Es que esos sectores han comprendido que un discurso semi marxista es una buena fachada. Máxime cuando, para hacerlo creíble, se incluyen salvajes ataques a la propiedad privada. Pero atención: se trata sólo de la propiedad de quienes no son incondicionales. Es decir, de aquellos a los que se considera enemigos. La propiedad de la nueva oligarquía no se discute. Más aún, es intocable.
Así obra una clase dirigente cuya riqueza proviene de la corrupción. Sagazmente ha comprendido que esa riqueza no encontraría ningún amparo, si adoptara una postura, por ejemplo, libre empresarial y pro Trump. Entendió bien que, bajo el retrato del Che, todo es posible y perdonable.
Milovan Djilas, conoció la otra cara del comunismo, pues fue vicepresidente de Yugoeslavia cuando imperaba ese sistema Y la describió con toda claridad. Dijo que: “En contraste con las revoluciones anteriores, la revolución comunista, realizada para terminar con las clases, ha traído consigo la autoridad más completa de una clase nueva. Todo lo demás es falso y una ilusión” (ver su libro “La Nueva Clase”, de 1957),
Djilas se refería a la nueva casta de prósperos burócratas. Hoy, entre nosotros, existe una nueva clase de políticos enriquecidos al amparo de su poder. Que van por todo. De eso se trata, bajo una fachada populista.