La situación parecía extraída de una escena del hoy olvidado teatro del absurdo. Rodeado por el círculo rojo en los lujosos salones del hotel el ministro juraba por enésima vez que no devaluaría, mientras en la calle el peso se devaluaba sin parar hasta los niveles que habían forzado en julio último a Cristina Kirchner a llamarlo para evitar el colapso. Un colapso acelerado por el interinato de la irrelevante Silvina Batakis, ministra que estuvo al frente de Economía menos de un mes antes de que le consiguieran otro empleo público de menor exigencia.
Massa también admitió que si el peronismo no baja la inflación perderá las elecciones, pero los precios siguen aumentando por encima del 6% mensual. En sus cuatro meses en el Palacio de Hacienda no logró perforar ese piso, por lo que llevar el costo de vida al 3% para marzo/abril suena utópico.
La situación de Massa es paradójica: no aplica un programa de estabilización para evitar el costo político del ajustazo necesario, pero él y su mandante, Cristina Kirchner, lo terminan pagando igual, sólo que en cuotas, con la inacabable sangría en trámite. A lo que hay que sumar otros factores negativos como la falta de confianza y el freno a la actividad económica que empezó a registrarse en septiembre. Todos los índices alertan sobre la precariedad de la presente situación. Lo llamativo sería que se mantuviese un año más.
En pocas palabras, no hay solución económica, porque no hay solución política. Y esto ocurre porque en el partido de gobierno el liderazgo de Cristina Kirchner, aunque parcial, traba tanto la renovación del programa económico como la de candidaturas que permitan vislumbrar un cambio.
A esta altura y ante la posibilidad cierta de una derrota, en el peronismo ya debería haber surgido algún movimiento “renovador”, pero los sectores no “K” parecen resignados como en 2019.
De allí que la única batalla política real en curso se esté dando dentro de la alianza opositora, donde se enfrenta Horacio Rodríguez Larreta con su mentor, Mauricio
Es la primera vez que el jefe de Gobierno va en una interna contra quien lo patrocinó políticamente. Esta novedad es el único cambio real que Rodríguez Larreta propone. Lo demás consiste en una amplia alianza con radicales y otros sectores para fortalecer supuestamente la gobernabilidad ante la magnitud de la crisis que se está acumulando para el año próximo.
El pacto con la corporación política es a la vez su divisa y su talón de Aquiles. Quiere usar a los radicales y a la Coalición Cívica para asegurarse la candidatura, pero al mismo tiempo profundiza la crisis dentro del PRO en el sentido que menos le conviene: alimentando a los cada vez más numerosos sectores “anticasta”. Pacta con Martín Losteau, memorable ex ministro de Economía de Cristina Kirchner, mientras se enfrenta con Patricia Bullrich, uno de los puntales del gobierno de Mauricio Macri. El camino de su liberación personal parece cargado de riesgos.
Durante la semana última Rodríguez Larreta lanzó la precandidatura a jefe de gobierno de su ministro de Salud, Fernán Quirós. Se abalanzó a apoyarlo Elisa Carrió, que desde hace tiempo cotiza a la baja, mientras se autoasigna el monopolio de la decencia pública. Carrió pretende volver a ser candidata. En el resto de la oposición el silencio fue total.
Pero el problema del alcalde porteño no es el apoyo de Carrió, ni las promesas a Lousteau, ni su ministra Migliore que alabó a Bonafini, sino el antagonismo de Javier Milei con una intención de voto que sextuplica a la de la creadora de la Coalición Cívica. El “libertario” tendió puentes con Bullrich y descargó sus críticas habituales contra los radicales a los que llamó inoperantes, empobrecedores y kirchneristas recargados. De Rodríguez Larreta ya dijo todo lo que tenía que decir.
Ahí está la verdadera grieta, no entre Juntos por el Cambio y el peronismo. Hay una lucha en el seno de la coalición opositora que emerge cada día con mayor nitidez y que, si las PASO se mantienen, dará una clara idea de la dirección en la que se moverá el proceso electoral el año que viene.