La UCR sólidamente cohesionada en torno a la fórmula encabezada por Bullrich y completada por Luis Petri, joven y destacado dirigente radical mendocino.
Ríos de tinta y saliva corrieron en las horas posteriores tras la difusión de los resultados de hace apenas dos semanas. Especulaciones, cálculos electoralistas, pronósticos agoreros, anticipos de desgarramientos y profetización de rupturas ante la constatación de la aparición de un fenómeno electoral identificado como antisistema reactivo del descontento y frustración de las esperanzas de una porción importante de la población.
VALORES FUNDAMENTALES
Precisamente en esas mismas motivaciones han de encontrarse los fundamentos de los pasos seguidos por las estructuras formales y los referentes públicos del partido político más antiguo e identificado ya con la cultura cívica argentina.
Es que sus valores fundamentales y que dieron origen a su aparición en el escenario nacional a fines del Siglo XIX han sido adoptados casi sin diferencias por una abrumadora mayoría de la sociedad, el radicalismo pues ha sido a través de la historia modelo y paradigma para buena parte de la ciudadanía aún cuando ello no se corresponda estrictamente con los resultados electorales que muchas veces le resultan esquivos.
Alguna vez escribimos que la Profesión de Fe Doctrinaria (que sería como un acta de bauismo) define al radicalismo como la corriente histórica de la emancipación nacional. En consecuencia de ello se entiende a la UCR como una permanencia y no depende de circunstancias que pueden resultar fluctuantes, como efectivamente lo demuestra su continuidad de más de 130 años en un país de poco más de dos siglos de vida independiente.
RAZONES MORALES
El radicalismo tiene por razones morales un peso cualitativo igual o superior al número de sus seguidores. Un ejemplo de la incidencia de la UCR en la vida nacional es que cada vez que ha sufrido una crisis o una división las secuelas han causado daños no solamente al propio partido sino al funcionamiento mismo de las instituciones del país. Así fue como a lo largo de más de un siglo cada catarsis de los radicales aparejo rupturas y discontinuidades en el orden constitucional poniendo en emergencia la gobernabilidad y acrecentando los riesgos para la vida democrática.
No es exagerado afirmar que el radicalismo argentino tiene a su cargo un deber adicional del que no se puede excusarse en ninguna circunstancia y que a la larga, por un sentido genético de responsabilidad institucional, resulta recurrente en la historia: su condición de agente pacificador del sistema, ya que frente a los choques de facciones sectoriales, el tribalismo y la exaltación de las antinomias el modelo social radical procura el bien común que nuestra Constitución Nacional define en el Preámbulo como "bienestar general", es decir el triunfo de la solidaridad sobre el egoísmo y del altruismo sobre el individualismo.
Desde su imperecedera magistratura cívica, el mismo Hipólito Yrigoyen señala el derrotero en situaciones como la que se ha descripto: “El esfuerzo hecho al calor de convicciones y deberes sagrados, no se esteriliza nunca en desenlaces negativos. Hay siempre fecundación de savia nueva en las inmolaciones sufridas y en los sacrificios. Los que son capaces de realizarlos, con la alta visión de la felicidad de la patria, están siempre en el corazón de los pueblos”.