Martes, 01 Diciembre 2020 12:17

Lo popular, la pobreza y la ignorancia - Por Carlos Mira

Escrito por

 

“Es más fácil engañar a la gente
que convencerla de que ha sido engañada”

- Mark Twain

 

Los episodios que avergonzaron a la Argentina el jueves pasado durante el funeral de Diego Maradona pusieron, quizás como nunca antes, en blanco y negro, una confusión gigantesca que viene nublando el razonamiento argentino casi desde que el país nació.

Me refiero a una confusión que, además, fue salvaje e inescrupulosamente utilizada con fines políticos, quizás, con los más abyectos fines políticos. Una confusión que sirvió para enfrentarnos de modo tal que unos pocos privilegiados surgieran beneficiados de ese enfrentamiento.

Esa confusión mezcla de un modo malicioso tres conceptos en los que probablemente los populismos de América Latina en general y de la Argentina en particular han hincado su diente más profundamente.

Se trata de la confusión entre lo popular, la pobreza y la ignorancia.

Fue una treta que Sarmiento advirtió tempranamente y que lo llevó a escribir “Civilización y Barbarie”, quizás la primera descripción de la única y verdadera grieta que somete a los argentinos.

En efecto, el populismo fascista maquiavélicamente construyó un tétrico sinónimo entre los tres conceptos: lo popular son los pobres y es natural que los pobres sean ignorantes. Les faltó confesar un pequeño detalle: era conveniente que los pobres fueran ignorantes.

La ignorancia hace que el hombre permanezca en las tinieblas. Le secuestra la racionalidad que lo diferencia de los animales y lo retrotrae a las pulsiones más primarias de la naturaleza, aquellas que reducen el mundo a un ambiente binario en donde solo existe el ataque y la defensa; la comida y el hambre; la vida y la muerte.

Sarmiento se alzó contra eso advirtiendo meridianamente que no solo la pobreza no debería significar necesariamente ignorancia sino que el vehículo más potente para eyectar a los seres humanos de la miseria era la educación. Por eso dedicó su vida al aula.

Introducir la cuña educativa en la vida de la gente era la herramienta más poderosa de igualación social: el hombre educado podría elevarse sin que importaran sus orígenes y así ser verdaderamente independiente y verdaderamente libre, dueño de sus decisiones, hacedor soberano de su destino.

Pero un hombre libre, independiente, hacedor de su destino, es un individuo ajeno a los personalismos; un individuo que, al contrario, los rechaza. Un hombre libre repele la bota dirigista del Estado y defiende el círculo impenetrable de su soberanía individual.

El populismo entonces se propuso romper ese espinazo. Necesitaba transmitir la idea de que lo popular necesariamente debía vincularse con la masa pobre y postergada que necesita de un protector y de un defensor frente a quienes vienen a atacarla, frente a quienes vienen a desconocerla, a someterla y a destruirla.

Cómo lo que diferencia a un pobre de un ignorante es la educación (se puede ser pobre y no-ignorante y se puede ser ignorante y no-pobre) el populismo fascista se propuso aniquilar la educación sarmientina para generar una enorme masa de ignorantes.

Sin bien se puede ser ignorante y no-pobre (materialmente), la regla es que siendo ignorante se caiga en la pobreza material, porque sin educación se estrechan dramáticamente las herramientas para el progreso. El próximo paso sería, entonces, transmitir la idea de que la pobreza material y “lo popular” son sinónimos. Mientras, secretamente aspiraba a que la ignorancia fuera considerada otra cara más de lo “popular”.

El mecanismo estaba claro entonces: producir ignorantes por la vía de destruir la educación, ampliar, de ese modo, las posibilidades de que la pobreza aumente y lograr convencer a todo el mundo de que el verdadero “pueblo” era, precisamente, esa masa postergada por los privilegios de la oligarquía.

Allí aparece la figura del mesiánico líder populista que viene a enfrentar a los “grupos privilegiados” para defender a los “pobres populares”.

La no-educación ya había hecho su trabajo de secuestrarle a la masa su poder de razonar, con lo que ya contábamos con una tribu de borregos que solo entiende nociones muy primarias como las que se relacionan con su ataque o con su defensa, con su comida o con su hambre, con su vida o con su muerte.

Cuando se logra llevar a millones de personas a ese estado pre-humano, casi animal, el triunfo (entendido éste como la dominación total sobre un territorio y sus habitantes) está al alcance de la mano.

Este ha sido el plan básico del populismo barato, berreta de la Argentina; del populismo peronista.

Luego vinieron otras etapas.

La destrucción de la educación tiene ese objetivo primario: confundir lo popular con los pobres y con la ignorancia. Pero ¿por qué detenernos allí? Con una vuelta de rosca más podríamos convertir la destrucción de la educación en adoctrinamiento y entonces acelerar los tiempos de la idiotización y ya no solo tener pobres incapaces de ser independientes para vivir su propia vida, sino tener fanáticos.

Por supuesto que a eso se lanzó el fascismo peronista copiando las aberraciones de los totalitarismos europeos, todos los cuales identificaron al adoctrinamiento y la propaganda como uno de los ejes principales para su extendido dominio.

De las escuelas no saldrían ignorantes sino máquinas que serían destinadas a llenar los cuadros dominantes.

Sin embargo, el proceso de pauperización educativa se mantendría para seguir generando franjas de seres humanos irracionales más identificados con el ejercicio de la fuerza bruta que con la civilización.

El grito, el apriete, el “irla de malo”, son todas variantes de ese estereotipo que en mucha medida vimos por las calles de Buenos Aires el jueves por la tarde.

Quizás Diego Maradona terminó su vida como la terminó por no haber tenido esa educación sarmientina que le permitiera procesar adecuadamente lo inconmensurable de su vida.

Esa carencia que, paradójicamente, lo convirtió en el arquetipo del “pobre-popular-que-logra-hacerse-rico”, en “la vanguardia reivindicativa de los humildes sobre los poderosos”, fue lo que lo hundió y lo que hizo que se suicidara.

La falta de una reserva racional que lo formara y que lo protegiera contra el verdadero enemigo de los pobres -la ignorancia- lo hizo naufragar en un océano sin diques, en una inmensidad desgarradoramente inmanejable.

Lo popular no debe ser ni pobre ni ignorante. Confundir lo popular con la pobreza ignorante es caer en la trampa de los totalitarismos, convertirse en una víctima de los encantadores de serpientes.

Si el argentino fuera un pueblo educado nada de lo que vimos el jueves habría sucedido. Y es muy probable también que tampoco tuviéramos la pobreza rampante que nos carcome, ni el dominio del populismo cruel que nos envilece.

Carlos Mira   
https://thepostarg.com/editoriales/lo-popular-la-pobreza-y-la-ignorancia/#.X8Zd_c1Kg2w

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