Viernes, 05 Marzo 2021 11:53

Nada que no supiéramos - Por Vicente Massot

Escrito por

 

 

Los discursos de apertura de las sesiones ordinarias del Congreso de la Nación representan una formalidad tan sólo. Dejarse llevar por lo que, en semejantes ocasiones, dicen los presidentes es una manera políticamente correcta de perder el tiempo.

Nadie que no fuera un ingenuo proverbial anunciaría, con pormenores, cuanto verdaderamente planea hacer en los próximos meses. Eso sí, se puede en ocasiones como ésta ser más o menos provocativo -o, si se prefiere, confrontativo. Que el jefe del Estado no iba a anunciar algo que no conociéramos, era obvio. Que en su alocución buscase exacerbar los ánimos del arco opositor, también era esperable. Conclusión: nada nuevo bajo el sol. El kirchnerismo fue previsible -como ha sido su estilo de siempre- y persistirá en recorrer el camino que eligió desde el momento en que la dupla fernandista asumió el poder, en diciembre de 2019.

La explicación según la cual, la del lunes, fue una alocución cristinista, peca de redundante. En realidad, no podía ser otra cosa. Si alguna vez Alberto Fernández tuvo la posibilidad de demostrar su razón independiente de ser respecto de su vice, hoy ya no la tiene. Por lo tanto, analizar con detenimiento su perorata delante de los representantes del pueblo soberano -que de soberano tiene poco y nada- refleja la incapacidad de distinguir lo decisivo de lo secundario. Para poner un ejemplo que, con seguridad, erizará la piel de no pocas personas: la sonoridad de las frases presidenciales de hace cuarenta y ocho horas poseen tan poca importancia como las manifestaciones callejeras que recorrieron el país de punta a punta, el pasado último sábado, en horas de la tarde. Tienen, una y otra acción, su lógica interna, aunque no van a mover en lo más mínimo el amperímetro político.

No se requería escuchar atentamente lo que tuviera a bien expresar el presidente para darnos por enterados de que, lejos de enterrar la grieta, es decisión del gobierno ensancharla. Como tampoco que desean, en la Casa Rosada y en el Instituto Patria, modificar la constitución de la Corte Suprema y avanzar con la remoción de los jueces que no demuestren docilidad frente a las demandas del Poder Ejecutivo Nacional.

En este sentido, las cartas están echadas y no hay razón ninguna para pensar que algún imponderable pueda modificar la estrategia de colisión que ordena los pasos del oficialismo. No está en su cabeza hacer un mea culpa por el escándalo de las vacunas y no tiene empacho en proclamar y poner al descubierto sus pujos hegemónicos. En parte porque considera que detrás suyo se encolumna un núcleo sólido de votos que respaldarán a los candidatos del Frente de Todos, cualquiera que sea la situación por la que atraviese el país en el próximo mes de octubre. Y, en parte, porque subestima las posibilidades de la oposición en términos electorales. Si se le preguntase, indistintamente, a uno de los dos dirigentes de mayor peso del kirchnerismo, qué les genera más preocupación: el arco de sus adversarios o la deriva de la inflación, su respuesta sería idéntica. Piensan que la marcha de la economía le presenta a su administración unos riesgos que ni por asomo están en condiciones de plantearle sus enemigos.

Desde el inicio de la gestión K -y más allá de las expresiones de buenos deseos de Alberto Fernández- quedó en claro que la voluntad de ir por todo no había desaparecido de su hoja de ruta. Conforme pasa el tiempo, ese aspecto de su arsenal ideológico aparece con más claridad. Si en las tiendas de campaña del oficialismo creyesen que tendrían mejores oportunidades de alzarse con un triunfo electoral, poniendo en práctica una política de buena vecindad con Larreta, Cornejo, Lousteau, Carrió, Pichetto y tantos otros, lo harían sin remordimientos. Pero sucede que la premisa mayor de su razonamiento es que las chances de ganar se hallan relacionadas directamente con la enemistad absoluta. La fórmula excede con creces a los partidos contra los cuales dirimirán supremacías dentro de ocho meses. Por supuesto que están incluidos en la demonización, tanto los jueces que fallaron en contra de Lázaro Báez y sus hijos, como los ministros de la Corte, los medios de prensa independientes y los empresarios que recusan las prácticas intervencionistas. La fórmula es binaria: ellos o nosotros, sin que haya entre medio nada que pueda convertir la enemistad en competencia.

En consonancia con aquella premisa, antes mencionada, es menester darse cuenta de que las tácticas que utiliza el kirchnerismo no son muestra de crispación sino de una voluntad de dominio excluyente. A esos extremos hemos llegado, y a medida que se acerque el 28 de octubre el antagonismo crecerá sin solución de continuidad. Carecería de sentido que -con lo que se halla en juego- la fuerza cuyo plan de máxima es sumar la suficiente cantidad de sufragios propios para alzarse con la mayoría en la cámara de diputados, y orillar los 2/3 de la cámara alta, fuese a retroceder en el intento de satanizar a quienes considera enemigos. Metida como tiene en la cabeza esa convicción de que la grieta, además de necesaria resulta benéfica -en la medida que separa a los buenos de los malos- sentarse a considerar la posibilidad de que semejante estrategia pudiese ser contraproducente, se encuentra fuera de su abanico de ideas. La sola mención de analizarla sonaría a traición; y ya se sabe lo que implica la sospecha de que alguien disienta con el canon oficial.

En atención a lo que implica la praxis política kirchnerista, es fundamental pasar revista a cómo se paran, delante suyo, los distintos referentes y capillas del arco opositor. Básicamente, la pregunta que debe hacerse en cualquier análisis de este tipo es la siguiente: ¿se dan cuenta ellos de cuál es la naturaleza del movimiento que monopoliza el poder? Una primera respuesta sería que no todos perciben de igual forma la esencia de la amenaza que enfrentan. Dos ejemplos servirán para ilustrar el caso: mientras un conjunto conspicuo de grandes empresarios no trepidaron en aplaudir con ganas al titular de la cartera de Economía, en un reciente encuentro que también contó con la presencia de otros integrantes del gabinete nacional -que, dicho sea de paso, no fueron tratados de manera tan benevolente- los responsables de la Mesa de Enlace, en cambio, no dudaron en alzarse de manos cuando corrió la noticia de que el gobierno pensaba imponerle al campo nuevas retenciones. Si del universo corporativo pasamos al ámbito partidocratico, claramente no son iguales las posturas de Patricia Bullrich y de Horacio Rodríguez Larreta. Hay, en el campo de la oposición, halcones y palomas. En eso, la diferencia es acentuada si se lo compara con el kirchnerismo, donde sólo son hallables posiciones maximalistas.

El discurso de apertura pronunciado por el presidente puso en marcha la campaña electoral del Frente de Todos. Alguien lo definió con precisión: en lugar de hablarle a la Patria lo que hizo fue dirigir sus palabras al Instituto Patria, dando una pauta clara de cuáles son las prioridades de un gobierno al cual, después de los estragos que causó la pandemia -en términos económicos y sociales- la suerte parece favorecerle. El viento de cola volvió a soplar. El precio de la soja ha dado un salto espectacular y ello le ha permitido al oficialismo poner en stand by las negociaciones con el FMI y exorcizar cualquier riesgo devaluatorio. Lejos de apaciguar su ánimo combativo, el inesperado ingreso de divisas que aportarán el impuesto a la Riqueza y la exportación de granos lo ha convencido de que, ahora sí, se halla en condiciones de redoblar la apuesta en todos los frentes abiertos.

Vicente Massot

Top
We use cookies to improve our website. By continuing to use this website, you are giving consent to cookies being used. More details…