Jueves, 22 Julio 2021 13:45

Las razones del voto - Por Vicente Massot

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¿Qué le importa más a la ciudadanía a la hora de votar? ¿El comportamiento antes y durante la campaña electoral de quienes, al menos en teoría, habrán de representarla en las dos cámaras del Congreso Nacional; la situación económica, tal cual se refleja en el bolsillo de cada uno de los ciudadanos que quedarán habilitados para concurrir a los comicios en los próximos meses de septiembre y de noviembre; o -en su defecto- la impronta ideológica que llevan a cuestas?

 

La pregunta no es menor y no resulta fruto de un capricho intelectual lanzarla al tapete y debatirla con el propósito -si acaso fuese posible- de llegar a una conclusión provisoria. Básicamente porque los comicios están a la vuelta de la esquina y los relevamientos hechos hasta la fecha ponen al descubierto algunas claves que nos permiten meternos en el fondo de la cuestión. De más está decir que no hay una respuesta definitiva al interrogante planteado, dado que el ascendiente que tal o cual factor -subjetivo en ciertos casos y objetivo en otros- puede tener sobre el ánimo de las personas a la hora de entrar al cuarto oscuro, no siempre es fácil de discernir. Como quiera que sea, vale la pena hacer el intento.

 

Comencemos por lo que exteriorizan, en sus palabras y actos, los políticos que buscan seducir a la gente para que los respalde en las urnas. Da la impresión de que entre nosotros -salvo que sean protagonistas de un verdadero esperpento- la coherencia, la capacidad y la idoneidad no pesan en el ánimo del votante, como indicaría la lógica. Que la líder indiscutible del frente oficialista sume como si tal cosa trece procesamientos y siete pedidos de prisión preventiva, no parece moverles un pelo a sus seguidores. Tampoco que no haya sido capaz de justificar, sin echar mano al expediente de amenazar a un juez federal de suyo complaciente, el origen de su patrimonio.

Eso vale tanto para la cohorte de corruptos que la rodean -algo que es comprensible- como a millones de hombres y mujeres de carne y hueso que nunca han robado un peso y, sin embargo, respaldan a sol y a sombra a Cristina Kirchner. Que se ausente del país el ex– presidente Mauricio Macri cada vez que es menester resolver un entuerto de consideración en su partido y haga mutis por el foro, o que durante su gobierno haya defraudado buena parte de las expectativas que generó entre sus seguidores, son aspectos que éstos -al parecer- pasan por alto como detalles insignificantes.

Alberto Fernández enderezó a expensas de quien había sido su jefa en tiempo bien reciente acusaciones de un calibre pocas veces visto. Luego, sin hacer un mea culpa, aceptó la candidatura que le regalaron, sin que los simpatizantes del populismo nativo notaran nada que les molestara. María Eugenia Vidal, por su parte, después de jurar -poco menos- que no abandonaría a los bonaerenses, por temor a ser derrotada en la provincia en la que fue gobernadora se pasó en menos de lo que canta un gallo al ring porteño donde su triunfo es seguro y no corre demasiados riesgos. Los ejemplos -de distinta coloratura y magnitud- alcanzan a todas las banderías y podrían enumerarse sin solución de continuidad. Demuestran la poca incidencia que tienen las conductas públicas de los candidatos en la intención del voto.

Si el comportamiento individual de los políticos no parece ser significativo, qué decir del contexto económico y social del que nadie está en condiciones de abstraerse y que -de una u otra manera- condiciona la vida de todos. Juan Domingo Perón -que sabía bastante de la idiosincrasia de los argentinos- dijo alguna vez aquello de que “nuestra víscera más sensible es el bolsillo”. Por supuesto, no solo no se equivocaba, sino que su aseveración -extendida a escala planetaria- resistiría bien cualquier análisis. En general, llegar a fin de mes, para el común de los mortales no es un tema baladí. Es, por el contrario, una si no su principal prioridad. Sobre todo, en aquellos países -el nuestro entre ellos- en los cuales nada está garantizado y los índices de indigencia y pobreza de la población crecen ininterrumpidamente. A nadie, pues, podría serle indiferente el tema. Lo que sucede -y aquí entra a jugar la ideología- es que, dependiendo de a quién se le carguen las culpas de la miseria, la inseguridad, el desempleo, la inflación y cuanto flagelo social ande por ahí dando vueltas, el sufragio irá para una punta de la grieta o para la contraria.

Dicho de manera diferente: si pienso que esta administración nacional y popular está haciendo lo imposible para corregir los desaguisados de la anterior, es grande la posibilidad de que le otorgue el beneficio de la duda al momento de enfrentar la urna correspondiente. Si no fuese así, alguien debería explicar las razones por las cuales -después del desastre que ocasionara el gobierno de Cristina Fernández- en el año 2015 Macri apenas ganó por tres puntos porcentuales; o explicar los motivos en virtud de los cuales -luego de las torpezas infinitas de Cambiemos- apenas perdió por siete puntos, cuatro años después.

Cuanto registran las encuestas de carácter cualitativo que se conocen es que la partición del electorado en dos coaliciones enemigas tiene como uno de sus basamentos más sólidos lo que la gente piensa respecto de las causas del alza del costo de vida, del rol del Estado en la sociedad, de lo que significa la democracia, de los alcances del término republicano, del rol que juega el campo, de la calidad de los empresarios, del garantismo jurídico, de la mano dura, de los piqueteros y de tantísimos otros asuntos que -de tan repetidos en estas latitudes- han terminado convirtiéndose en meros tópicos. Basta leer con algún detenimiento las opiniones de los votantes del Frente de Todos y de Juntos por el Cambio -hay un trabajo interesantísimo, debido a Emmanuel Álvarez Agis e Ignacio Ramírez, de reciente aparición- para caer en la cuenta de que la grieta que nos separa se corresponde con las diferencias abismales sobre la valoración de esos aspectos antes mencionados que existen entre los kirchneristas y los antikirchneristas. Hay diferencias que cruzan en diagonal a la sociedad que condicionan de manera notable la intención de voto.

Lo que ha transformado en nuestro país a las formas distintas de ver las cosas y de calificarlas -algo enteramente racional, que se da en cualquier lugar civilizado- en cosmovisiones rabiosamente antagónicas, es el componente ideológico llevado a su más alta expresión. Para que se entienda, lo mejor es un ejemplo: resulta muy distinto sostener la idea de que las retenciones se justifican con base en un criterio de equidad, a rematar el argumento diciendo que “el campo es golpista y socialmente insensible”. Que en las dos últimas elecciones casi 90 % del electorado haya dividido preferencias entre dos bandos que no pueden ponerse de acuerdo en ninguna política de estado, refleja cuánto importan las ideologías.

 Conviene no olvidar que existen segmentos -de ordinario minoritarios, aunque muchas veces decisivos- impermeables a las ideologías de turno, que no se deciden por este o aquel candidato sopesando pautas doctrinarias. No supone descubrir la pólvora decir que de ellos bien puede depender el resultado de las elecciones que se nos vienen encima.

Vicente Massot

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