Lunes, 31 Octubre 2022 10:15

Los desafíos de la oposición - Por Rogelio Alaniz

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Reflexionemos acerca de las rutinas de la política. Y en particular, algunas opiniones acerca de la oposición, Juntos por el Cambio, una oposición que, si no hay un milagro, o no interviene Mandinga, será gobierno a partir de 2023.

La oposición deberá asumir varios desafíos: el primero, mantenerse unida en un territorio político donde hay motivos para sostener esa unidad, pero a nadie se le escapa que pueden también existir motivos para rupturas. Razones objetivas y subjetivas se refuerzan para sostener la certeza que en 2023 el peronismo será derrotado. El optimismo electoral se contrasta con la duda acerca no de lo que deben hacer el día de las elecciones sino de lo que deberían hacer al día siguiente. 

El interrogante es descarnado pero realista, como corresponde a los verdaderos interrogantes políticos: ¿La oposición hará lo mismo que intentó hacer en 2015? ¿Hará lo mismo, pero más rápido? Y si decide hacer lo que se propone hacer con más rapidez, ¿garantizan la gobernabilidad, garantizan que no se cumpla la sórdida promesa de un dirigente peronista: si en 2017 le arrojamos 14 toneladas de piedras ahora le vamos a arrojar 28 toneladas?

Observación al margen: Hitler y Mussolini hubieran aplaudido hasta enrojecerse las manos. ¿Hasta dónde esta frase proviene de un marginal en el peronismo, o de alguien que expresa en voz alta lo que está presente en el imaginario de todo peronista? Dejo al buen criterio de los lectores responder a esta pregunta.

¿Hay otra variable al desafío gradualismo versus rapidez? ¿Hay un atajo, un camino lateral que permita una salida diferente al actual antagonismo? Estoy tentado a decir que sí, pero no sé si mi tentación proviene de un análisis objetivo de la realidad o de un deseo que, como la mayoría de los deseos políticos, raramente se realizan. La historia parecería alentar mi hipótesis optimista.

Los antagonismos irreductibles a lo largo de la humanidad raramente se resolvieron con la derrota absoluta de una de las partes. Lo que la señora Historia enseña es que la alternativa lateral a la corta o a la larga, más a la larga que a la corta, se impone, con costos, de manera desprolija, pero finalmente se impone.

Tomo un ejemplo histórico que alude a una periodización más amplia, pero que con los escrúpulos del caso merecen tenerse en cuenta: el antagonismo entre esclavos y esclavistas no concluyó con la victoria de los esclavos sino con la presencia de un nuevo actor: los señoríos feudales. Y la contradicción feudalismo-burguesía puede que haya concluido con la victoria histórica de la burguesía, pero por un camino muy complejo que en más de un caso incluyó el aggiornamiento e incluso el liderazgo de los defensores del "anciene regimen".

Damos vueltas, vamos y venimos, y siempre tropezamos con el mismo pozo o, en este caso, la misma grieta. Un dirigente opositor me dijo que este dilema se resolvía arrollando con votos al peronismo. Pensé que el deseo podría ser tan noble como imposible. Puede que en 2023 el kirchnerismo, esa versión del peronismo que se conoce con ese nombre, sea derrotado y por lógica deductiva se arribe a la conclusión de que ha llegado el momento del acuerdo con el peronismo republicano, honrado, tolerante, progresista o como quieran llamarlo.

La hipótesis es tentadora, pero me temo que su realización no es tan sencilla. El kirchnerismo no es un OVNI dentro del peronismo. El kirchnerismo no es todo el peronismo, pero todo el peronismo de una manera u otra está comprometido con el kirchnerismo. Pero en homenaje al optimismo, supongamos que la derrota electoral del peronismo en 2023 sea al mismo tiempo un antes y un después en las certezas, juicios y prejuicios que constituyeron durante décadas el sentido común de la sociedad. La hipótesis también es posible, pero su realización nunca será prolija y mucho menos veloz. Sinceramente, no sé cómo salimos de los actuales dilemas y de la actual decadencia. Unos quieren, pero no pueden; otros pueden pero no quieren. En todos los casos estamos en un cerrojo histórico del cual podremos salir cuando intervengan factores políticos o sociales o culturales que aún no están presentes.

En un país presidencialista como Argentina el nombre del presidente importa y a veces es decisivo. Roca, Yrigoyen o Perón importaron. Se nos hace muy difícil, por no decir imposible, pensar que la historia Argentina del siglo XX podría haberse modelado al margen de esos apellidos. Incluso el período democrático abierto en 1983 es muy difícil imaginarlo sin Alfonsín, Menem, los Kirchner o Macri.

Pregunto, por lo tanto: ¿Quién será el candidato a presidente de Juntos por el Cambio? ¿Alguien del PRO, alguien de la UCR? ¿Da lo mismo uno u otro? ¿Y Macri? ¿Se presenta o no se presenta? No es un detalle. Macri hoy es probable que sea el candidato que más votos reúna en el PRO y, al mismo tiempo, es el candidato a quien las encuestas le dan un porcentaje de rechazo más alto.

Enseñanzas de la historia: más de una vez el candidato más votado en el interior de un partido no es el mejor candidato que el partido le puede ofrecer a la sociedad. ¿Y los radicales? Tienen dos candidatos presidenciales: Morales y Manes. Me parecen personas respetables, pero honestamente hoy no los registro como futuros presidentes. Insisto: hoy, no sé, mañana puede ser diferente. El futuro siempre está teñido de brumas y acechanzas.

Final abierto. Falta casi un año para las elecciones. Veremos si hay o no hay PASO; veremos qué pasa con el peronismo y con el gobierno peronista; veremos qué decide Juntos por el Cambio. Conclusión: de esta película, las escenas más importantes aún no las conocemos, porque tal vez aún no están filmadas.

Ataques a obras de arte 

De la furia de los supuestos preservadores del medio ambiente no se salvaron ni Van Gogh, ni Monet, ni Picasso. En el último malón, los escupitajos los recibió la encantadora "Joven de la perla", la maravillosa pintura de Vermeer de 1665. Barroco, cubista, impresionismo, nadie se salvó y, me temo, se salvará de la furia justiciera de los que pretenden preservar la humanidad destruyendo obras de arte.

Estimo que resultaría un esfuerzo inútil explicarles a estos muchachos y a estas chicas que la barbarie, el fanatismo y las diversas modalidades de fascismo se distinguieron por su afición por destruir aquello que la humanidad construyó para honrar la sensibilidad y la inteligencia. Queman libros, destruyen esculturas, enchastran cuadros. En estos temas no se equivocan nunca. Desde los rústicos talibanes en Afganistán a los "niños bien" criados en Europa. La faena no es nueva, como tampoco es su funesta conclusión.

A fines del siglo XVIII, mucho antes de Hitler o de las facciones terroristas devotas de Alá, el poeta Friedrich Schiller expresó un pronóstico estremecedor por su certeza: "Empiezan quemando obras de arte y concluyen quemando seres humanos". Y así fue, así es y así será. Lo siniestro late en la condición humana. Y su expresión social podemos denominarla con diferentes sustantivos o adjetivos: oscurantismo, barbarie, fascismo. En todos los casos las denominaciones son lo de menos, porque lo que importan son las acciones concretas, efectivas.

Lo dijo un prominente funcionario nazi, un tal Joseph Goebbels: "Escucho la palabra 'cultura' y saco el revólver". Sabía de lo que hablaba, porque él y sus mastines se cansaron de hacerlo. Con un toque de ironía, y como para habilitar otro tipo de debate, Jean Luc Godard le hace decir a uno de sus personajes, un empresario cínico y lúcido interpretado por Jack Palance, algo que no es exactamente lo mismo, pero podría llegar a parecérsele: "Escucho la palabra 'cultura' y saco la chequera". La chequera como equivalente a la pistola, la hipótesis que hay diferentes modos de asesinar el arte. Pero, como ya lo anticipara, esta versión de Godard habilita un debate más complejo y en particular un debate que no necesariamente se realiza sobre una montaña de muertos o sobre una nube de cenizas.

Rogelio Alaniz

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