Domingo, 04 Diciembre 2022 07:03

Entre paredones y monumentos - Por Rogelio Alaniz

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Primero dijo que la preferían condenada y no víctima. Todos entendimos. Ahora dijo que en realidad no va a ser juzgada sino fusilada. También la entendimos, porque se esté o no de acuerdo con ella, hay que admitir que es explícita, que lo que desea o pretende siempre lo manifiesta con claridad.

El esquema es sencillo, simple, categórico: existe un poder nacional y trasnacional que quiere eliminarla. Asesinarla, para ser más claro. Pueden ser los yanquis, pueden ser las multinacionales, pueden ser las clases dominantes y su expresión hegemónica: los medios de comunicación, los jueces, y se supone que algún poder económico al que nunca define con precisión porque supone que todos sabemos a quiénes se está refiriendo. En todos los casos, lo seguro es que la quieren matar. 

Ayer fueron los copitos, mañana serán los jueces y pasado tal vez sea Magnetto. La quieren matar porque la odian y la odian por las formidables transformaciones sociales y económicas que ha impulsado a favor de los pobres y en contra de los ricos. Así de simple y claro. Lo asombroso no es lo que dice; lo asombroso es que algunos lo creen; y sospecho que ella misma en algún punto comparte esa sensación, porque ciertas personalidades suelen convivir con sus propios embustes. Mitómanos, paranoicos o simplemente farsantes. Mienten, pero necesitan creer en sus propias mentiras. Los actores, las actrices algo saben de eso, aunque en ellos esa inspiración es artística, mientras que, en el caso que nos ocupa, se trata de una estrategia de poder.

¿Le da resultados? Diría que con su propia platea los resultados son óptimos. Todos están persuadidos que de la boca de la Señora solo salen verdades. Convence a los convencidos. Ni uno más ni uno menos. ¿Por qué le creen? Porque necesitan creerle. Quieren creerle. El relato impone sus exigencias con sus cuotas de delirios y alucinaciones. Y su inevitable toque de perversidad.

Nosotros sabemos que nadie la va a fusilar. Es más, sabemos que si los jueces la condenan no va a ir presa. El riesgo mayor sería la tobillera electrónica, un riesgo que dudo que se haga efectivo. "A Cristina no se la toca". La consigna es terminante. Y si robó, ella sabrá por qué lo hizo. Beneficios previsibles de los poderosos. ¿Como Menem? Exactamente, como el compañero Menem, con quien se parece tanto, no en los detalles sino en lo que importa: el ejercicio impune del poder. Como Menem, no va a ir presa y mucho menos va a devolver lo robado. ¿Por qué entonces están tan enojados? ¿Por qué las amenazas con paralizar el país si la compañera es condenada? No lo sé. Tal vez se enfurezcan por las dudas; tal vez necesitan de esa furia para sentirse reales. En la tradición populista los pasajes verbales de la paz a la guerra suelen ser súbitos.

Pueden hablar del amor, la paz y las bondades de la comunidad organizada y al otro día incendiar iglesias o quemar locales partidarios o clubes sociales. Son así. A veces todo se agota en efusiones verbales, a veces pasan a los hechos. Haremos tronar el escarmiento. La frase a Shakespeare les hubiera encantado. Pues bien, es lo que prometen hacer en estos días. Hay algo de irreal en todo esto, algo de farsa con tonos a veces sombríos, a veces lastimosos. No sé si los argentinos nos merecemos esto; no sé si podemos permitirnos estas licencias. Un país casi al borde de la quiebra; un país fracturado y empobrecido.

¿La señora supone o quiere hacernos creer que el destino que le aguarda es el del general Valle o, para irnos un poquito más lejos, el del general Dorrego? ¿O imagina para ella un destino a lo Mata Hari? Admitamos que todo esto da un poco de pena y un poco de risa. También algo de indignación. Las pruebas judiciales contra la Señora son abrumadoras. Fue efectivamente la jefa de una cleptocracia. Desde 2004 en adelante llovieron las denuncias y las pruebas. Ella y su marido dispusieron de todas las garantías que brinda un estado de derecho.

Pero no son garantías las que reclama la Señora; lo que la Señora exige es impunidad. Acepta los jueces a cambio de que nunca fallen en su contra. Oyarbide es el modelo ideal. ¿Pretende que le levanten un monumento? Algo parecido. Por lo pronto considera que la historia la absolvió. Confidente de la historia. En algún momento y en algún lugar la historia le susurra al oído su incesante devenir. La pretensión de todo déspota. Otra facultad que a Shakespeare le hubiera fascinado.

De lady Macbeth a Cristina. Y esa tentación de renegar de las libertades y las garantías. Nadie la va a fusilar Señora. En la Argentina del siglo XXI hubo un exclusivo magnicidio. ¿Se acuerdan de Nisman, del fiscal Nisman? Allí no hubo copitos; hubo sicarios profesionales protegidos por el poder. Usted nunca corrió esos riesgos. Que pretenda obtener réditos políticos de esa miserable mascarada calificada como intento de magnicidio, habla más de su temperamento que cualquier disquisición académica al respecto.

Nadie la va a fusilar Señora. Es probable que haya una condena por defraudación y una pena que nunca cumplirá. Poderoso caballero es don Dinero. Según los entendidos, la asociación ilícita no le corresponde. Pareciera que para que esta figura se cumpla es necesario que en una ceremonia formal y rigurosa los integrantes de la banda se comprometan a cumplir con sus objetivos y un escribano certifique la legalidad del procedimiento. Si este procedimiento no se cumple no hay asociación ilícita. Humorada o no, habría que preguntarse en serio para qué existe en el código un tipo de delito de imposible cumplimiento.

Un gobierno nunca puede ser una banda, repiten los K. La letanía posee sabor retórico, pero es falsa. Un gobierno no es una banda, pero en un gobierno puede haber integrantes que se asocien con objetivos ilícitos. Néstor lo sabía y Cristina también lo sabe. No solo lo saben, sino que, además, lo practicaron. A Néstor ya le levantó un monumento Lázaro Báez.

¿Quién le levantará un monumento a la Señora? Solo la historia lo sabe.

Rogelio Alaniz

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