Viernes, 23 Diciembre 2022 11:55

Los alcances de una fiesta y las causas de un desprecio - Por Rogelio Alaniz

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De las fiestas se sabe dos cosas: que son necesarias y que duran poco. Pobre de los pueblos y de las personas que nunca han disfrutado de una fiesta; pobres de quienes creen que la fiesta es eterna. Los argentinos en estos días hemos vivido nuestra fiesta. Nos la dio el fútbol, el único deporte, y me animaría decir, la única actividad, que se puede permitir brindarnos esa felicidad.

La fiesta nos alcanzó a todos, incluso a quienes no somos aficionados cotidianos de ese deporte. De esto se deduce que el fútbol dispone de su propia seducción, pero está claro que los millones de argentinos que festejaron la victoria del seleccionado nacional, en esa pasión sin duda que estaba el reconocimiento a una habilidad deportiva, pero no es menos cierto que en ese breve instante en el que todos los argentinos nos reconocemos como tales hay algo más que una pasión deportiva. 

Ese "algo más" incluye sentidos de pertenencia, tradiciones y esperanzas. Somos argentinos y en estas circunstancias serlo es una buena noticia. ¿Qué otra cosa es el sentimiento de nación que la certeza de una pertenencia, esa pasión, esa alegría que nos domina a todos en ese breve pero intenso instante cuando la Argentina hace un gol o se consagra campeona?

Una noticia deportiva que moviliza a multitudes merece analizarse más allá de las alternativas de un partido de fútbol. Que cinco o seis millones de personas salgan a la calle para saludar a los responsables de esta victoria, va más allá del resultado de un partido o un gol más o un gol menos. Millones de argentinos salieron a la calle. Ricos, clases medias, pobres e indigentes. Un detalle importa tener presente: los más necesitados no necesitaron de un decreto de feriado para saber lo que tenían que hacer. Tampoco exigieron camiones, colectivos, promesas de choripán o tetrabrik para hacerlo.

Cuando las pasiones son puras, no necesitan para consagrarse de las maniobras de los operadores o de las humillaciones que les infieren diariamente los capangas clientelares. El gran pueblo argentino estuvo en la calle. Es el mismo que festejó el agónico triunfo del domingo y el mismo que ocupó las calles de Buenos Aires el martes. Celebraba un triunfo, por supuesto, pero tengo derecho a suponer que de manera inconsciente, tal vez confusa, tal vez incierta, hay una búsqueda, una intuición difícil de definir, pero no por ello menos real acerca de nuestro destino nacional.

Por supuesto que la gente el martes salió a la calle para saludar a los jugadores, verlos y si es posible tocarlos. Pero millones de personas no salen a la calle solamente por ese afán de "ver" y "tocar". En realidad, a los jugadores solo una minoría los vio durante algunos fugaces segundos. No más. Y sin embargo la gente se quedó horas. ¿Qué hacían, qué buscaban? No lo sé, pero sospecho que les resultaba satisfactorio saberse juntos; que aspiraban a algo más que ver a sus ídolos deportivos.

Las crónicas hablan de excesos, de desbordes, de actividades delictivas. No mienten, pero sería importante contextualizar esa información. Atendiendo la cantidad de personas en las calles, los episodios delictivos fueron marginales, inevitables en estas movilizaciones de masas. Hubo abusos, pero lo que predominó no fue el saqueo, el delito, sino la alegría, el clima de fiesta, ese clima que sabemos que no dura, pero hay que saberlo disfrutar y saber que en ese placer breve se proyectan ilusiones y esperanzas que nunca estamos dispuestos a renunciar.

La otra novedad de la jornada fue la negativa de los jugadores de saludar a las autoridades políticas del gobierno, empezando por el propio presidente. Esa negativa fue sorprendentemente eficaz. Las autoridades del gobierno fueron negadas por los jugadores. La escena más elocuente fue la llegada del avión a Ezeiza.

El Ministro del Interior, Wado de Pedro, y algunas distinguidas autoridades de La Cámpora, se aprestaron para la foto que los consagrase. Fracasaron en toda la línea. Ni un saludo, ni una mirada, ni un gesto. No tengo conocimiento de que algo parecido haya ocurrido en otro país con sus campeones. En 1978 saludaron a los militares; y en 1986 a Raúl Alfonsín. Un dictador y un demócrata. Son jugadores de fútbol, no comprometidos militantes políticos. Hacen lo suyo y por lo general aceptan el orden establecido.

Demás está decir que los jugadores dirigidos por Lionel Scaloni no son politizados, ni tienen ningún interés en sumarse a una grieta de la que sospecho la mayoría de ellos no sabe muy bien de qué se trata. Sin embargo, esta vez se negaron a ir a la Casa Rosada y no saludaron al presidente Alberto Fernández. He aquí una lección política de parte de quienes con la política no tienen nada que ver.

¿Por qué se comportaron así futbolistas que por lo general en estos temas suelen ser formales y cumplen con las normas habituales del protocolo? Sin duda que la crisis de autoridad del presidente y la propia crisis de autoridad del gobierno explica esta omisión. Si Francia hubiera sido campeón del mundo, los jugadores habrían saludado a Macrón no porque simpaticen políticamente con él, sino porque presienten o creen que es el presidente de todos los franceses.

Esa misma convicción pareciera que no la tuvieron los jugadores argentinos. Desde el momento en que ganaron el campeonato advirtieron que no querían que la victoria se politice. Y dijeron más de una vez que su máximo deseo era celebrar con el pueblo sin mediaciones políticas. No sé si lo elaboraron o simplemente lo percibieron, pero lo cierto es que por un motivo o por otro les asistió la certeza de que si ingresaban a la Casa Rosada, o si se asomaban al balcón o se sacaban fotos con el presidente y sus colaboradores, lo estarían haciendo no con las autoridades de todos los argentinos sino con las autoridades de una facción y de una facción cuyo titular formal se ha ganado el apodo de "Títere" y su autoridad real acaba de ser condenada por los jueces con seis años de cárcel.

El gran pueblo argentino estuvo en la calle. Es el mismo que festejó el agónico triunfo del domingo y el mismo que ocupó las calles de Buenos Aires el martes. Celebraba un triunfo, por supuesto, pero tengo derecho a suponer que, de manera inconsciente, tal vez confusa, tal vez incierta, hay una búsqueda, una intuición difícil de definir, pero no por ello menos real acerca de nuestro destino nacional.

Rogelio Alaniz

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