Sobre todo, porque lograrlo por métodos que rechazan la seriedad de las cosas de este mundo, se convierte en la ridícula e impertinente ligereza de una suerte de falsa piedad, como sostiene Saint Sulpice.
En ello incurre día tras día el kirchnerismo, tratando de dominar con su voluntad lo que ha perdido: la confianza en sí mismo y la de los demás, respecto de ciertos artilugios discursivos previsibles, sumergiéndose en una densa niebla conceptual y apostando como siempre a sus obsesiones enfermizas.
En efecto, las decisiones políticas llegan siempre como fruto de una selección arbitraria de “cosas a tomar en serio” que a nadie importan, porque SON ASUNTOS DE ELLOS. En la mayoría de las veces de ELLA, la supuesta abogada exitosa que evidencia su desesperación actual ante el inminente castigo a recibir por las trapisondas de una vida dedicada a vender humo “imperial”, con el fin de llegar a ser inmensamente rica y poderosa a costillas de los demás.
Lo peor de este escenario, es que han contagiado a sus opositores, quienes imitan su montaje político y enrarecen el ambiente social. Por lo que la herencia será mucho más dañina que los pocos pesos que dejarán en la caja del Estado al finalizar el actual gobierno, o la inflación que tratan de tapar con una manta casera manipulada por Sergio Massa, el estratega del “quizá, pero no tanto”.
Con su impronta, el kirchnerismo habrá dejado el implante del virus de una magia con la que muchos argentinos se han empeñado en construir una suerte de “religión” cultural, que parece habernos cerrado el acceso a la libertad de pensamiento, el esfuerzo personal y a la duda como único camino eficaz para el reencuentro con la verdad “verdadera”.
Son muy pocos los funcionarios -o candidatos a serlo-, que deponen sus intereses personales en pro de la comunidad, constituyendo una masa informe de burócratas automatizados y zigzagueantes, que solo se concentran en servir los objetivos de sus mini alianzas y contubernios.
Están convencidos que no deben sacrificar nada –aún lo ilícito-; y se consideran “cuerdos” al recitar un credo político cuasi religioso que no les alcanza para calibrar las contradicciones con las que intentan obtener mayor adhesión popular, poniéndonos a todos en un estado de difusa irritación mientras luchan entre sí por el poder político.
¿No estaremos propiciando de cara al futuro un mero cambio de figuritas (o “figurones”), que nos lleva a rechazar desde hace tiempo algún tipo de quimioterapia que logre combatir el cáncer “peronista” que ha hecho metástasis en el cuerpo social de nuestro país sin tener plena conciencia del daño que ello significa?
Porque la conducta de los que mandan ha consistido hasta hoy en una suerte de traición ininterrumpida, que nos ha forzado a permanecer expectantes frente a trivialidades que hasta los tontos despreciarían.
A buen entendedor, pocas palabras.
Carlos Berro Madero