Mauricio Macri fundó un partido, que primero solo era distrital. Ganó las elecciones a jefe de Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, fue reelecto y logró que su partido la gobierne desde entonces, dando lugar a una transformación histórica de la capital argentina. Fue electo presidente y promovió, en un marco de estricto respeto a los principios republicanos, una modificación del rumbo de decadencia que la Argentina seguía con el kirchnerismo. Las dificultades eran enormes. 

El brusco cambio del contexto internacional generó turbulencias financieras a partir de abril de 2018, lo que al año siguiente se tradujo en un mal humor social que le impidió la reelección. Pero hoy muchos que apostaron, con ingenuidad, a la “moderación” de Alberto Fernández se agarran la cabeza.

La Argentina, pese a esos tropiezos, se había reinsertado en el mundo y desarrollaba en muchos campos políticas que favorecían la inversión. El caso energético es paradigmático, como ahora lo sabemos.

El fundador del PRO conserva un alto prestigio en gran parte de los argentinos y tiene un nivel de imagen positiva importante. Podría perfectamente, con ese capital político, aspirar a un muevo mandato. Pero ha privilegiado otorgarle certidumbre a su propia coalición y potenciar las posibilidades que esta tiene de volver a ser gobierno.

En unas palabras que lo exhiben como un estadista sereno y maduro, prefirió la fortaleza de las instituciones a los males a los que en nuestra historia siempre condujo el personalismo.

Macri no será presidente en el próximo mandato, pero su rol de líder, de orientador, de constructor de equipos y consenso será imprescindible en la nueva etapa. El suyo no es un paso al costado; es un paso adelante, en la dirección de un futuro de esperanzas.

Dr. Jorge R. Enríquez
Presidente de la Asociación Civil JUSTA CAUSA 
Twitter: @enriquezjorge
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