A pesar de ello, muchas sociedades edifican abstracciones conceptuales violentas que simbolizan la búsqueda de supuestas excelencias; y contribuyen a establecer una suerte de desencuentros populares desordenados. Algo de eso está ocurriendo hoy entre nosotros, como consecuencia de los duros epítetos “tribuneros” que se prodigan entre sí los partidarios del liberalismo y el estatismo populista.
Ambos sectores cometen el mismo error: insistir machaconamente en que los cambios para salir del actual atolladero político y económico deberían “ir por todo”, olvidando que buena parte de las conductas sociales de nuestro tiempo están conformadas por rutinas que deben ser adaptadas a cualquier orden nuevo; y eso lleva tiempo.
¿Cuánto? Pues, es difícil decirlo con precisión. Porque de lo que se trata es de establecer un criterio que transforme la intolerancia social, de modo que la gente abandone algunos “fetiches” cuantitativos, comprendiendo que las cuestiones desbaratadas por años de imprudencias y mala praxis no pueden ser enderezadas en un santiamén.
En este momento, la ciudadanía se muestra aferrada impulsivamente a un clamor estentóreo para que aparezcan soluciones justas para todos cuánto antes. Pero una justicia entendida por cada uno de los bandos en pugna como el favorecimiento de soluciones para “sus” propios problemas, sin desarrollar un auténtico régimen de igualdad de oportunidades para todos.
Los liberales recitan su credo sobre la libertad como un mantra, olvidando que la esencia de la misma supone esencialmente establecer y revocar leyes, elegir y deponer a los gobernantes, y disponer de ciertas garantías jurídicas que impidan la coerción de quienes arriben al poder e intenten adueñarse del mismo para siempre.
Enfrente, están “plantados” quienes predican sobre la necesidad de respetar una solidaridad horizontal sin límites y un compromiso férreo con los humildes, condensando sus ideas mediante un apotegma fatal: “donde hay una necesidad, existe un derecho”; agregando inmediatamente que el único que puede lograrlo es el Estado y propiciando un paternalismo que termina obstaculizando la VOLUNTAD RESPONSABLE DE LOS CIUDADANOS.
Lo trágico de esta situación, es que los dos bandos en pugna manejan sus propuestas con características cuasi despóticas, sin aceptar que los cambios necesarios para salir del barro en el que chapoteamos apelmazados, deben contar con la anuencia de mayorías que le den sustentabilidad a un proceso de cambio cualitativo.
Ambos sectores parecen olvidar que la cuestión consiste en evitar el establecimiento de cualquier tipo de anarquía, aceptando las debilidades que nos imponen ciertas NECESIDADES BIOLÓGICAS DE NUESTRA CONDICIÓN HUMANA.
La precaria inteligencia –ese bien tan preciado-, de quienes llevan hoy “la voz cantante” en los conciliábulos políticos, paraliza por consiguiente a quienes asisten azorados a un enfrentamiento sin cuartel, mientras son instados a “tomar partido” de manera coercitiva.
Si este estado de cosas no cambia antes de las próximas elecciones, reiniciaremos con seguridad un nuevo ciclo de frustraciones que parecen no tener fin.
A buen entendedor, pocas palabras.
Carlos Berro Madero