Nos preguntamos con curiosidad: ¿con el concurso de quiénes?
Porque la sociedad argentina no tiene ya hombres y/o mujeres “incontaminados” por los regímenes fracasados de un estilo de gobernar que, si se lo mira bien, no ha sido más que una consecuencia de nuestro modo de ser: hedonismo, desprecio por reglas ordenadoras de cualquier índole, envidia por el éxito ajeno y un manifiesto deseo de enriquecimiento a cualquier precio.
A no enojarse: la sociedad se enfermó hace muchos años y contó con las excepcionales cualidades de una tierra de promisión donde basta echar un alambre retorcido para que nazca un cultivo, por decirlo de algún modo.
En nuestra pasión por la banalidad de manejarnos con eufemismos estúpidos, hemos creído durante años que la naturaleza era una suerte de página en blanco sobre la que podía escribirse cualquier cosa, encaminándonos de tal modo hacia una esclavitud que nos acerca a la extinción: el poder del “porque me da la gana”.
Esta característica nos ha obligado a montar complejas ingenierías sociales para lograr encaminarnos hacia una utopía de concreción imposible: establecer las bases de una sociedad que sin esfuerzo ni atributos especiales resultase viable para construir un futuro próspero.
Nos hemos movido así con perentoriedad insolente para satisfacernos a nosotros mismos, castigando con nuestra “verba florida” a los discrepantes (unos pocos) que nos advirtieron en soledad acerca de la decadencia moral hacia la que nos encaminábamos sin remedio.
Mientras tanto, el futuro siguió avanzando hacia el descubrimiento de nuevas destrezas instrumentales a las que debimos prestar atención, mientras alardeábamos de virtudes propias que, en nuestro concepto campesino, nos pondrían siempre fuera del peligro de sufrir un fracaso espantoso.
Bueno, pues el momento ha llegado. En medio de un resentimiento y una amargura difíciles de digerir sin sufrir daños espirituales casi irreparables, comenzamos a rechazar el pasado, PERO SIN SACAR LECCIONES DE ÉL, evidenciando que nada hemos aprendido del espesor de la experiencia.
Muchos políticos que ocupan los sitiales de preferencia popular adolecen de los mismos defectos, mezclando en sus consignas un radicalismo extremo con cierto fanatismo de tipo teológico, teñidos ambos de una peligrosa nostalgia de todo aquello que “pudo ser y no fue”.
Por nuestra parte, estamos convencidos que el primer paso de una profilaxis adecuada para transformar positivamente nuestra condición social y cultural no consiste en reinventar a los hombres, sino en colaborar con los mejores de ellos respecto de cada incumbencia y respetar la dignidad de todos.
¿Estaremos a tiempo?
A buen entendedor, pocas palabras.
Carlos Berro Madero