Osado en sus afirmaciones, dispuesto a mentir cuanto fuera necesario, versado al momento de discutir, el candidato del oficialismo lo acorraló a un Milei que no supo hacer valer el peso de sus argumentos. Días antes, su compañera de fórmula, Victoria Villarruel, lo había puesto a parir a Agustín Rossi, levantando las razones que Milei pareció olvidar. Pero si -a la par- se echa un vistazo a los pareceres de la gente común que había presenciado aquel duelo verbal, el juicio resulta diametralmente distinto. Los televidentes de Todo Noticias se inclinaron (89 % a 11%) por el libertario, y lo mismo sucedió en LN+ (86 % a 13 %), en Crónica (63 % a 36 %) en Canal 26 (72 % a 28 %), en MDZ OnLine (69 % a 31%) y en La Voz (74 % a 26 %). Sólo en LM Neuquén se impuso Massa 52 % a 47 %. Carece de sentido, pues, hacer un análisis con el propósito de determinar quién tiene razón, si los entendidos en la materia o los que se sentaron a ver la pulseada ideológica. Porque —por raro que parezca— es probable que ninguno se equivoque. Sucede que los ángulos de abordaje de aquéllos no tienen nada que ver con los de éstos. Miran el programa con arreglo a criterios de evaluación desiguales.
Nos hallamos ante formas de premiar y de aplazar que se dan de patadas entre sí. Mientras unos ponderan la habilidad oratoria, la experiencia argumental y la capacidad para no contestar lo que no le conviene, otros lo que toman en cuenta es la honestidad para decir lo que piensa hacer, y la ausencia de un doble discurso. Massa expone mucho mejor que Milei, de eso no caben dudas. No obstante lo cual, para muchos lo que dice no es creíble. En cambio, la pobre dicción del libertario no le quita espontaneidad. La pregunta que de momento no tiene respuesta segura es la siguiente: ¿cuál de los candidatos generó mayor grado de confianza en virtud de que, dentro de pocos días, uno de ellos ocupará el sillón de Rivadavia? Si le damos crédito a los expertos, Massa debería festejar por anticipado. Si, en cambio, prestamos atención a los que votaron, Milei debería saltar de alegría.
Hay, a la postre, un dato cierto: quienquiera que haya ganado, no lo hizo por knockout. El peligro que planteaba un debate de esta naturaleza era que, si uno perdía por paliza, ello se reflejase en las urnas el próximo domingo. Como ninguno se impuso por demolición, es relativo el peso que la contienda verbal a la que venimos haciendo referencia pueda tener sobre los ciudadanos a la hora de ingresar al cuarto oscuro. Al menos 67 % de los votantes repetirá -casi sin falla de matiz- su conducta electoral del 22 de octubre. El piso inamovible de Sergio Massa y de Javier Milei es igual al número de sufragios que obtuvieron ese día. Hay un 33 % -al menos, en teoría- sobre el que falta saber cuál camino tomará. Pero sin necesidad de forzar los argumentos está claro que una buena parte de los simpatizantes del PRO se inclinará en favor del libertario, y una porción considerable de los seguidores de Juan Schiaretti en Córdoba hará otro tanto. Eso le permitirá a La Libertad Avanza emparejar o inclusive superar los siete puntos de desventaja iniciales que lo separan de Unión por la Patria. Los indecisos -como es obvio- son una incógnita, y es posible que las encuestas que se llevan a cabo en estas horas finales antes de la veda no alcancen a tenerlos en cuenta.
Casi podría decirse, sin temor a errar, que las chances del libertario son directamente proporcionales a la capacidad que demuestre su gente cuando se trate de fiscalizar los comicios a lo largo y ancho del país. Si bien es cierto que no existen casos dignos de ser considerados respecto de un fraude que haya torcido el sentido de la voluntad popular entre nosotros, no lo es menos que sólo es posible tirar a la basura las boletas del contrario o falsear en las planillas el resultado, cuando ese contrario carece de fiscales. Sobre todo en un ballotage donde sólo hay dos contrincantes, y el representante del oficialismo -a través de los aparatos partidarios de gobernadores e intendentes- no tendrá esa preocupación en lo más mínimo. El problema que enfrentaba Milei en el debate era el de no perder la calma y no caer a la lona y que le contaran hasta diez sin la posibilidad de ponerse de pie. Pues bien, la prueba de carácter la pasó con honores y, si fue derrotado -cosa que no es del todo segura- ello no cambiará demasiado las cosas. Hoy su desafío es otro.
No ganar en un set televisivo resulta una minucia frente al hecho de carecer de una red de fiscalización bien aceitada y extendida a los cuatro puntos cardinales de la Argentina. Lo dicho no supone que los libertarios cojeen necesariamente de esa pata y que a semejanza de las dos oportunidades anteriores -primarias abiertas y generales de octubre- vuelvan a tropezar con la misma piedra. A estar a las confesiones de los máximos referentes del macrismo y del espacio mileísta, esta vez cubrirán las cien mil plazas que hacen falta para que no les roben los sufragios obtenidos. Si éste fuese el caso, la principal condición necesaria para ganar estaría dada. Pero hasta aquí la performance de los libertarios en punto a la fiscalización ha dejado bastante que desear.
Cubrir las mesas en aquellos estados con poca población y una marcada tendencia oficialista -Formosa, Santiago del Estero, La Rioja y Catamarca, por ejemplo- no es fundamental. En última instancia, no es allí donde se definirá el comicio. Esto, unido al hecho de que La Libertad Avanza ha demostrado un arrastre importante en Jujuy, Salta, San Luis y San Juan, lugares en los que puede equilibrar los tantos que pierda en los demás distritos chicos. Las geografías excluyentes se encuentran en el medio del país. En Buenos Aires, Córdoba, Santa Fe, Mendoza y la Capital Federal tendrán lugar las batallas decisivas. Con la particularidad de que es posible anticipar quién obtendrá mayor cantidad de votos en cada una. Mientras es seguro que el oficialismo triunfará en la primera, Javier Milei se impondrá en las cuatro restantes. Lo que nadie está en condiciones de anticipar son los porcentajes de sufragios que sumaran uno y otro. En esos porcentajes reside el quid de la cuestión.
Vicente Massot