“Las posibilidades del arte de combinar no son infinitas, pero suelen ser espantosas. Los griegos engendraron la quimera, monstruo con cabeza de león, con cabeza de dragón, con cabeza de cabra; los teólogos del siglo II, la Trinidad, en la que inextricablemente se articulan el Padre, el Hijo y el Espíritu; los zoólogos chinos, el ti-yiang, pájaro sobrenatural y bermejo, provisto de seis patas y cuatro alas, pero sin cara ni ojos; los geómetras del siglo XIX, el hipercubo, figura de cuatro dimensiones, que encierra un número infinito de cubos y que está limitada por ocho cubos y por veinticuatro cuadrados. Hollywood acaba de enriquecer ese vano museo teratológico; por obra de un maligno artificio que se llama doblaje, propone monstruos que combinan las ilustres facciones de Greta Garbo con la voz de Aldonza Lorenzo”.
El kirchnerismo acaba de hacer un aporte novedoso a esta sorprendente galería de combinaciones con el gobierno de los Fernández, en el que el poder que dan los votos lo tiene la vicepresidenta, mientras el presidente firma decretos y resoluciones desde la Quinta de Olivos con una autonomía dudosa.
Esta extraordinaria criatura bicéfala siembra perplejidad e incertidumbre a apenas siete meses de su nacimiento, porque no figura en ningún manual de ciencias políticas y nadie sabe cómo va a gobernar.
Las medicinas que se aplican a los gobiernos habituales no parecen adecuadas. La prensa que adhiere al presidente (casi toda) habla de una “revitalización” del gabinete, eufemismo que sustituye la palabra “crisis”, más tradicional y realista. El problema, sin embargo, no está en este o aquel funcionario, sino la naturaleza extravagante de un ente creado para ganar las elecciones, pero con capacidad operativa muy limitada. En dos palabras: en el doble comando.
Además de anemia de poder Fernández tiene problemas. El principal, la agenda incumplida. Recibió una situación económica compleja y la empeoró. En su primer trimestre de gestión y sin pandemia el PBI cayó más de cinco puntos. Hizo un duro ajuste a los jubilados, pero siguió emitiendo y aumentando el gasto político a niveles de delirio. A siete meses de ingresar a la Casa Rosada sigue dando vueltas con al refinanciación de la deuda. Cree que todavía está en campaña, por eso practica un doble discurso alucinante. Si cuando demora empeora las cosas, cuando decide, las dinamita. Impuso una cuarentena que destrozó la economía y debió empezar a levantarla cuando la enfermedad se difunde.
Desde el oficialismo, sin embargo, no lo cuestionan por esto, sino no haber allanado el camino para que su vice quede liberada de las causas penales que la afligen. Eso tampoco se arregla con un cambio de ministros. Tan complicada es la situación general que a esta altura no la mejora siquiera un eventual plan económico, una trivialidad innecesaria, según el presidente. Y en algún punto tiene razón: para que empiece a despejarse el futuro no hace falta un plan; hay que primero localizar el poder.
Sergio Crivelli
Twitter: @CrivelliSergio