De la nada Eduardo Duhalde conmovió a la dirigencia con una profecía alarmante: Alberto Fernández puede ser derrocado por un golpe militar. Sus palabras provocaron una ola de indignación que no pasó a mayores porque es peronista.
La hipótesis de un cuartelazo es irreal, porque los militares dejaron de ser un factor de poder hace casi 30 años. Esto llevó a no pocos a dudar del estado emocional del ex presidente, que terminó disculpándose por la conmoción causada. Lo que ni él ni nadie explicó fue el sentido del exabrupto.
Para darle alguno, la hipótesis conspirativa debe ser colocada en el contexto de otras afirmaciones de Duhalde. Por ejemplo, la de que “esto (la actual situación) es un desastre tan grande” que no se le ve solución. Incluso peor que el “que se vayan todos” de 2001, caldo de cultivo de la caída de Fernando de la Rúa. Si hay algo en lo que Duhalde debe ser reconocido como una autoridad es en golpes “blandos”.
También parece haber actuado con la sabiduría inocente del personaje del cuento de Andersen “Los vestidos del rey”. El rey de la fábula fue engañado por dos personas que le prometieron un vestido de una tela tan fina y delicada que parecía invisible, pero sólo para los necios. Hicieron la parodia de que le ponían un traje hecho con esa tela y salió a pasear desnudo. Ningún súbdito se animaba a decirle que hacía el ridículo hasta que un niño gritó en medio de la multitud: “El rey está desnudo”.
Alberto Fernández ha llevado la situación sanitaria y económica al límite. Después de una cuarentena excepcionalmente larga la pandemia está en su punto más alto y la sociedad, exhausta. Son récords la pobreza, la caída de la actividad, el cierre de empresas, el desempleo, la emisión, el déficit fiscal, los contagios y los muertos. Los políticos miran para otro lado, los medios lo mismo, pero el gobierno está como el rey de la fábula. No tiene plan económico, ni financiamiento, ni dólares, ni estrategia de salida. Comete errores no forzados como el de Vicentin y estudia aumentar el impuesto a las ganancias para la clase media, mientras le perdona la deuda fiscal a Cristóbal López.
Anuncia las muertes del coronavirus con una payasa. Usó el confinamiento para mejorar la imagen presidencial y ahora no sabe cómo salir de la situación. Antes daba conferencias de prensa con power point y aire profesoral; ahora manda mensajes por las redes. La táctica del temor ya no funciona, la gente desobedece. Su ministro de Salud se mantiene prudentemente alejado de los medios.
Sobre eso advirtió Duhalde. Fue el primero en decir una verdad obvia, pero que el resto calla. Lo hizo de una manera brutal, pero su intención era victimizar a Fernández, aunque con una excusa inverosímil por lo anacrónica.
¿Qué teme Duhalde? Que el peronismo termine pagando el costo de otro gobierno de Cristina Kirchner. El ajuste que se necesita para resetear la economía es homérico. Sabe las reacciones que causará. Perdió el poder por los asesinatos de Kosteki y Santillán.
Por eso busca, como en su momento hizo con Raúl Alfonsín un pacto del “establishment” político, empresario y sindical. Cree que “un partido no puede gobernar solo”. Pero tropieza con el total alineamiento de Fernández con la vicepresidenta. Su agenda es la de Cristina Kirchner: ir por todo el poder y arremeter contra Mauricio Macri, la Justicia, el Grupo Clarín y todo actor que signifique una limitación de su voluntad.
Por eso Fernández dice cosas que de otra manera resultarían incomprensibles como que Macri fue peor que el coronavirus, que quiere que “mueran los que se tengan que morir” o autoriza operaciones como las de las vacunas vencidas.
Ya entrado en el sexto mes de una cuarentena devastadora el presidente parece estar convencido de que sólo lo queda encolumnarse detrás de su vice. Con su agenda, con sus enemigos, con su fobia a la oposición y su desprecio al peronismo.
El Senado es el espejo perfecto del uso cristinista del poder: la agenda la impone la vice y tiene como prioridad sus necesidades judiciales. La oposición no tiene chance de incluir un solo proyecto de importancia en el temario y es ignorada a la hora de convocar a las sesiones. Ni siquiera le comunican los dictámenes que firma la mayoría y tienen que pedirlos por nota, práctica parlamentaria de un autoritarismo y discrecionalidad sin precedentes. Como si con esto no alcanzara el kirchnerismo introduce cambios en el recinto como ocurrió el jueves con la reforma judicial cuya lectura toma 10 minutos y cuando la oposición los pide por escrito para estudiarlos, se los niegan argumentando “total van a votar en contra”.
La palabra consenso no existe en el diccionario de la vicepresidenta. Por el actual camino Fernández deberá afrontar una crisis inédita librado a sus propios recursos.
Sergio Crivelli
Twitter: @CrivelliSergio