En tan difícil trance tuvo, no obstante, una reacción positiva. Mandó a Martín Guzmán a hablar con los representantes del poder económico “concentrado”, dicho en modo kirchnerista. Ante los hombres de negocios de AEA el funcionario dio señales de ortodoxia. Prometió un acuerdo con el FMI y la disminución del déficit fiscal. Será muy discípulo de Stiglitz, pero la necesidad tiene cara de hereje.
Durante la charla el CEO del Grupo Clarín le señaló que para poner en orden la economía debía poner primero en orden la política. No se trata de ninguna revelación, pero las circunstancias eran verdaderamente llamativas: los empresarios más detestados por Cristina Kirchner aconsejaban al ministro de Economía del gobierno de Cristina Kirchner sobre la necesidad de un acuerdo con el aborrecido FMI y de ajustar el gasto público al mejor estilo “neoliberal”. En el Instituto Patria se agrietaron las paredes, pero la crisis es demasiado grave para sumarle otra desautorización al presidente.
Como se ve el principal problema de Alberto Fernández no es el dólar, por más que la corrida haya generado un fuerte temblor en los mercados, sino la credibilidad: no puede convencer a nadie de que aplicará la racionalidad económica para salir de la crisis mientras su jefa política crea, como dijo su hijo Máximo, que la economía no la maneja el mercado sino el gobierno (sic).
Esos evangelios extravagantes, como el de la diputada Vallejos que dice que se pueden emitir todos los pesos que el gobierno quiera sin que pase nada grave, son los que llevaron al presente desastre, por lo que el ajuste ya no es una elección; es inevitable. Si el gobierno no lo pone en marcha, el dólar se encargará de hacerlo vía inflación, licuando salarios estatales, jubilaciones y planes. La posibilidad de hacerlo de manera gradual se redujo drásticamente y el presupuesto enviado al Congreso para 2021 ya es obsoleto.
En ese proyecto el déficit fiscal estimado es de 4,5% del PBI. La manera de mejorar las expectativas sería reducirlo al 3%, algo que empresarios y burócratas del FMI consideran apropiado, pero que es veneno para las esperanzas electorales del kirchnerismo.
Cuando Mauricio Macri vio que los fondos privados que habían financiado su déficit fiscal con dólares emprendían la fuga en 2018, recurrió al FMI. El organismo le prestó dólares para evitar el default, pero lo obligó a hacer un ajuste que le costó la elección de 2019. Llegó a las urnas con un déficit fiscal inferior a un punto de PBI y reservas en el Central, pero le ganó Fernández que prometía llenar las heladeras, aumentar las jubilaciones y terminar con las Leliqs. Después hizo lo contrario, pero esa no es la cuestión, sino que ahora debe imitar a Macri, porque si no lo hace, el incendio que logró frenar en la última semana volverá a propagarse.
Como la reducción del gasto público no puede ser evitada, hay kirchneristas exprimiéndose las meninges para encontrar la manera de compartir el costo político con la oposición. Por eso en la carta Cristina Kirchner hablaba de un acuerdo general para acabar con el bimonetarismo. Pero para ella el consenso tiene un significado que no coincide con el de la Real Academia. Para ella consenso es que todos se pongan de acuerdo en hacer lo que ella quiere como bien entendió la mayoría peronista de la Corte Suprema al sacarle de encima tres jueces no adictos que podían condenarla en los procesos que tiene pendientes por corrupción. Ese triste fallo ha sido el último clavo en el ataúd del estado de derecho.
Por extravagante que pueda parecer hay sectores de la oposición que quieren llegar a un entendimiento con Fernández. Están representados por Rodríguez Larreta, Carrió, Frigerio, Monzó y radicales como Lousteau, más los sobrevivientes del alfonsinismo. El elenco estable de la “rosca”. Pero se encuentran con la resistencia de Mauricio Macri y de quienes quieren verlo candidato en 2023. Lo que está en juego, en realidad, es esa lejana candidatura. Por otra parte, Fernández no moverá un dedo sin la autorización de Cristina Kirchner. Su situación es difícil, pero la empeoraría si se aleja de la única fuente de su menguado poder.
La corrida del dólar lo conmovió, pero también lo volvió pragmático. Por eso intentará acordar con el FMI y ordenar o al menos declarar que quiere ordenar las variables macro. Hasta terminó por aceptar que la aventura del confinamiento colectivo en el AMBA por el virus había llegado a su fin (ver Visto y Oído). Lo hizo mucho después de que la sociedad lo había abolido por su cuenta, pero lo hizo. Fue su tácito homenaje a esa ingrata, la realidad.
Sergio Crivelli
Twitter: @CrivelliSergio