Una semana después la ministra María Eugenia Bielsa salió eyectada del gabinete y su lugar fue ocupado por un cristinista que, de paso, dejó libre la intendencia de Avellaneda, enclave que está en la mira de la Cámpora. Como el resto de los municipios del conurbano.
La de Bielsa es la tercera baja para Alberto Fernández. Las dos anteriores también dieron lugar a la expansión del cristinismo: Fernanda Raverta de la Cámpora en la ANSeS y el diputado Martínez, ligado a Máximo Kirchner, en la Secretaría de Energía.
La ex ministra de Desarrollo Territorial no se fue por falta de ejecución presupuestaria sino por, entre otras razones, su incapacidad para controlar las pujas políticas que derivaron en las usurpaciones de tierras. No era su función encargarse de ese control, pero el hilo se cortó por lo más delgado. El respaldo de Alberto cotizó menos que el peso.
Además del desgaste que le causaron al gobierno en general, las tomas se produjeron en el corazón del feudo electoral de la vicepresidenta con fuerte impacto sobre la imagen de su gobernador, Axel Kicillof, y de su ministro favorito, Sergio Berni. Ella no aceptó pagar ese costo. ¿Conclusión? Fernández se había equivocado con Bielsa. La vice reparó el error nombrando a un intendente propio para mediar en el conflicto entre intendentes y piqueteros de la tercera sección.
Podría ser incorrecto interpretar el episodio Bielsa como un proceso de colonización de espacios en el poder estatal. En ese terreno Fernández no puede medirse con su gran electora. Lo que hay en el frente oficialista es algo más problemático: una grieta que se profundiza por la necesidad del presidente de hacer un ajuste monumental para, entre otros objetivos, llegar a un acuerdo con el FMI, el acreedor que le está golpeando la puerta.
En plena corrida cambiaria el presidente mandó a Martín Guzmán a tranquilizar a los empresarios de AEA, de lo que se dio cuenta en este espacio la semana pasada. En AEA están los hombres de negocios más poderosos y que más irritan a la vicepresidenta.
La respuesta no tardó en llegar. Máximo Kirchner pidió una sesión especial este martes para tratar en la Cámara de Diputados el llamado impuesto a “las grandes fortunas”. Clarísimo mensaje al “establishment”: el poder real no está en Olivos, sino en Recoleta.
Otro traspié del dúo Fernández-Guzmán se produjo en el Senado, el otro feudo de la vice. El ministro de Economía concurrió a la sesión en que se debatía el presupuesto 2021 que esperaba mostrar como un trofeo político en las negociaciones con los enviados del Fondo. Pero no ocurrió lo que sucede invariablemente año tras año, que el proyecto aprobado por Diputados se convierta en ley en el Senado. Por lo que el oficialismo describió como un error burocrático, el proyecto fue devuelto en segunda revisión a la Cámara de origen. Guzmán se retiró con las manos vacías. ¿Seguirá gozando del apoyo que alguna vez le expresó públicamente Cristina Kirchner?
La causa de la incipiente grieta oficialista es el fracaso económico. Primero la corrida, ahora la inflación, siempre el megadéficit fiscal. El presupuesto que Guzmán no pudo ver convertido en ley es un dibujo. Presenta un déficit de 1,7 billones de pesos a financiar con más deuda (esa que el kirchnerismo le reprocha todos los días a Macri) y más emisión. El kirchnerismo también le reprocha al ex presidente su relación con el FMI, pero ahora trata de seducir al “gran Satán” ajustando a los jubilados.
Las contradicciones no terminan ahí: al mismo tiempo que se castiga a los jubilados la Cámara de Diputados aumenta el gasto público en 400 mil millones de pesos en algún caso en beneficio de sectores empresarios específicos. Si Sergio Massa toma esa iniciativa, ¿por qué Máximo Kirchner se va a privar de aumentar la presión fiscal? Resultado: un caos. No es que el gobierno carezca de rumbo; tiene demasiados pilotos.
La CGT y la UIA, dos aliados hasta ahora del presidente también expresaron sus reparos, aunque con estilos distintos. Los gremialistas lo hicieron de manera pública y sugiriendo posibles medidas de fuerza. También para ellos el pago de costos políticos parece haber llegado a su límite si no hay compensación.
El futuro inmediato que ve el presidente, según el presupuesto, es uno en el que el 1° de enero termina la pandemia. No hay previstos gastos para el IFE o el pago de sueldo a empresas semiparalizadas. Más voluntarismo, imposible. Con mayor sentido de la realidad su vice toma distancia, pero esta nueva grieta no polariza a favor del presidente, sino que lo debilita. En el momento en el que todas las encuestas lo dan a la baja.
Sergio Crivelli
Twitter: @CrivelliSergio