El fracaso ha vuelto a Alberto Fernández impermeable a la realidad. Su preocupación es el conurbano, pero como no puede controlar a sus habitantes intentó cerrar las aulas en CABA. Desplegó además una campaña alarmista que, en el segundo y tercer cordón, donde vivir es realmente peligroso, no intimida a nadie. Divulga cifras de muertos y contagiados con entusiasmo; con un tono casi triunfal.
Al mismo tiempo simula creer que en un mes va a recuperar la confianza perdida por la caída del 10% del PBI, la pobreza del 42%, el desempleo de dos cifras, la pérdida de poder adquisitivo del 15% y otras catástrofes. La inflación de los últimos meses provocó estragos que tomará años reparar. Frente a una situación tan crítica lo más sensato que podría hacer el ministro de Economía es un plan de estabilización, pero ni eso le permiten.
La crisis económica tiene su origen en el fracaso del experimento electoral de Cristina Kirchner con Alberto Fernández. El principal desafío del presidente era la pandemia y consiguió el peor resultado imaginable: una combinación de deterioro sanitario y económico pocas veces visto.
Por eso terminó convertido en una cabeza parlante. Todos los días hace declaraciones con las que deteriora la poca credibilidad que le queda. Las decisiones se toman en otro lado. Su futuro político es nulo.
Este fenómeno expone la disfuncionalidad del gobierno. El poder real es el de la vicepresidenta. Agotado Fernández, ha dado un paso al frente Axel Kicillof. Cristina Kirchner y su hijo Máximo todavía pueden mantenerse en un prudente segundo plano. Cambian los que ponen la cara, pero algo permanece: la falta de rumbo y de programa. Todo es aguantar e improvisar.
A lo que hay que agregar que la disfuncionalidad afecta a todo el sistema político. Como el colapso del liderazgo presidencial fue tan rápido, la oposición no pudo renovarse y carece de jefe, estrategia y candidatos.
Pero tampoco la disfuncionalidad termina allí. Por impotencia de los políticos la confrontación entre oficialismo y oposición se trasladó a la Justicia. Sin embargo, un eventual gobierno de los jueces sería tanto o más disfuncional que el de los políticos.
En suma, todo lo que queda es volver a la fuente de poder primaria de la democracia: el electorado. En ese universo la última palabra la tendrá la clase media que creyó votar en defensa propia hace dos años y terminó recibiendo la mayor paliza económica en décadas. Para evitar que el 2020 se repita una y otra vez debería revisar su voto de 2019. Nada, sin embargo, permite suponer que tenga claro cómo hacerlo. Nadie sabe qué hay detrás de esa última puerta.
Sergio Crivelli
Twitter: @CrivelliSergio