Lunes, 20 Diciembre 2021 08:51

Un gobierno con anemia de poder y un oficialismo en dispersión - Por Sergio Crivelli

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Fernández no controla el Congreso, ni la Corte, ni el diálogo con el FMI. El discurso de Máximo Kirchner fortaleció las dudas sobre la voluntad de la vice de acordar con el organismo

El kirchnerismo perdió las elecciones, pero decía que no. Sin embargo, la realidad es terca: varios hechos de los últimos días se encargaron de derrumbar esa extravagancia. Las señales de la pérdida de poder terminaron siendo abrumadoras.­ 

Primero, el FMI blanqueó que no habrá un acuerdo a corto plazo y que ni siquiera tiene fecha el envío de la misión técnica del organismo a Buenos Aires. Consecuencia: el entendimiento que Martín Guzmán promete desde hace dos años volvió a punto cero, las reservas del Banco Central siguen menguando y las exigencias acerca de un ajuste fiscal no ceden.

En segundo lugar, la Corte Suprema declaró inconstitucional la reforma del Consejo de la Magistratura ideada por Cristina Kirchner en 2006. Es la institución que selecciona y sanciona a los jueces, es decir, una pieza clave para una ex presidenta con superávit de escándalos por corrupción y un complejo panorama en el fuero penal.

La declaración de inconstitucionalidad demoró 15 años, período coincidente con el apogeo del poder kirchnerista. Por eso el fallo habla más de una facción política en retirada que de la arquitectura institucional de la Justicia. Lo que dice es que el viento cambió de dirección.

Todos los ministros del tribunal, hasta Lorenzetti, impugnaron el sistema que permite a los K controlar a los jueces desde el Congreso.

El ministro de Justicia, un fundamentalista K, los había visitado antes del fallo para zamarrearlos públicamente. Después, el kirchnerismo volvió a amenazarlos con una ley de reforma de la Corte. Dos muestras de nulo sentido de la realidad e impotencia. Los únicos que no parecen haber registrado la derrota que amenaza su continuidad después de 2023 son los seguidores de la vice. Simulan seguir disponiendo de un poder discrecional.

Pero el choque frontal más violento contra el nuevo estado de cosas se produjo en la Cámara de Diputados. Hasta allí Martín Guzmán llevó un proyecto de presupuesto inviable, que terminó siendo aniquilado por una oposición a la que cohesionó la anarquía oficialista.

El proyecto era tan irreal como superfluo y su rechazo, un fenómeno legalmente neutro. En primer lugar, porque el cálculo de gastos y recursos que trata el Congreso desde hace años es corregido drásticamente por DNUs que nunca son rechazados. El presupuesto ya no es siquiera la "planilla de Excel" de la que hablaba Rodolfo Terragno en la que el Presidente incluye partidas que después cambia a voluntad. Es una burla al Congreso sin incidencia práctica sobre la administración del Estado.

De allí que incluir en la iniciativa una estimación de que la inflación para el año próximo será de 33% o de que se financiará el déficit con más de diez mil millones de dólares cedidos por organismos internacionales no fue un error de cálculo, sino una provocación. Los políticos sólo toleran afrentas si el que las infiere tiene el poder suficiente para hacerlo, lo que no es el caso actual. Por eso la oposición le asestó un fuerte golpe a un presidente debilitado por el ala más radicalizada de su coalición.

En este último sentido fue Máximo Kirchner el que llevó la voz cantante en el debate y el que precipitó tanto la ruptura de las negociaciones para aprobar una ley, que el Presidente pensaba llevar como un salvoconducto a la mesa de discusiones con el Fondo.

En el acto armado por Cristina Kirchner el 10 de diciembre ya había quedado en evidencia su decisión de diferenciarse del Presidente y del ajuste que exige el FMI. Al mismo tiempo es obvia la voluntad de Fernández de acordar con el organismo: participó de una jugada del gobierno norteamericano teóricamente a favor de las democracias, pero en los hechos contraria a los regímenes dictatoriales que son compañeros de ruta de la vice.

En suma, el kirchnerismo desconfía de Fernández y el sentimiento es mutuo. El Presidente también desconfía de sus socios, aunque ayer Máximo Kirchner le haya dicho que se ponía a su disposición. El fracaso de la negociación en el Congreso sembró la alarma en su entorno. Fernández les había pedido a Máximo Kirchner y Sergio Massa que sacaran el presupuesto. Lo que hizo el hijo de la vice fue dinamitarlo.

Cada vez quedan más a la vista los objetivos contrapuestos en el seno del Frente de Todos. Hay dos sectores enfrentados que se vigilan con recelo en medio de una situación financiera de creciente complejidad.

La caída del presupuesto no cambia esa situación, pero debilita la gobernabilidad. Debería también forzar al Presidente a definir su relación con la persona que lo llevó al poder. En San Vicente, hizo como si nada hubiera pasado y optó por disciplinarse, por radicalizarse. A su lado Máximo Kirchner sonó moderado, señal de que la actual anarquía continuará.

Sergio Crivelli
Twitter: @CrivelliSergio

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