La calma política que Cristina Kirchner le había prometido a Sergio Massa concluyó el miércoles tras la aprobación del presupuesto en Diputados. Finalizada la sesión, un aliado rionegrino presentó un proyecto de eliminación de las PASO.
Esa movida fue la primera de la vicepresidenta en su larga marcha hacia las elecciones presidenciales. De ser convertida en ley la iniciativa le permitiría definir las candidaturas por ser la dueña de la facción mayoritaria del peronismo y complicaría a la oposición que está fragmentada y sin líder. Amenazaría las chances de Juntos por el Cambio no sólo por la eventual ruptura de la frágil alianza, sino también por el protagonismo que otorgaría a Javier Milei, receptor natural de muchos votos antiperonistas.
De todas maneras, la suerte final de Cristina Kirchner sigue condicionada por un factor ajeno al sistema de votación, la crisis. La clave electoral está en el descalabro económico que Sergio Massa no puede controlar. Se quede o no ella finalmente con la lapicera y disperse o no a la oposición.
Los sectores del “círculo rojo” ya perdieron cualquier esperanza en torno a la gestión del nuevo ministro. Creen que su política no es ni siquiera gradualista, sino un conjunto expansivo de parches, sacados de la galera a medida que las variables macro derrapan. Todo esto con la aquiescencia del FMI. No acumuló el colchón de reservas que se esperaba, ni frenó la inflación, ni recortó el déficit.
El ejemplo más obvio de la impotencia de Massa fue la sanción del presupuesto. En primer lugar, aceptó aumentar los gastos en varios cientos de miles de millones de pesos y para compensarlo aceptó soluciones inviables como la de cobrar el impuesto a las ganancias a los jueces o más retenciones al campo.
En ambos casos el aumento de la presión fiscal fue rechazado, por lo que el déficit aprobado es un dibujo. Le queda sin embargo la excusa ante el FMI de que hizo el intento, pero los legisladores y la Justicia lo bloquearon.
La sanción del presupuesto fue el espejo más fiel del caos en el que está inmerso el sistema político. Un caos sólo comparable al de los años 2001-2003. Por ejemplo, Máximo Kirchner no dio quórum, que corrió por cuenta de los radicales, pero votó a favor de la ley.
En la coalición opositora cada socio tuvo una posición distinta. La UCR dio quórum y votó a favor, el PRO no dio quórum y se abstuvo y la Coalición Cívica no dio quórum y votó en contra.
En los radicales había dos grupos, uno prooficialista y otro más o menos opositor. Se impuso el primero, alineado con Gerardo Morales, socio de larga data de Massa. El presidente del bloque, Mario Negri, no intervino en los discursos de cierre.
Al oficialismo lo divide la crisis de la que el kirchnerismo no quiere hacerse cargo. A la oposición, la falta de conducción. También lo hace la indecisión política de quien sería su candidato “natural”, Horacio Rodríguez Larreta.
El alcalde porteño es por actitud y formación un acuerdista, pero ve que sus votantes cada vez se radicalizan más. Debería “halconizarse” pero no se anima, lo que permite el crecimiento de su rival, Patricia Bullrich, y el protagonismo de Mauricio Macri que pretende condicionarlo.
Rodríguez Larreta cree posible salir de un escenario bipolar por una especie de bisectriz impracticable. No sufre el desgaste de la crisis inflacionaria como Sergio Massa, pero bien puede padecer consecuencias parecidas que lo saquen de la cancha.
Por el momento se lo ve estancado en las encuestas que le muestran al mismo tiempo que Patricia Bullrich avanza con menos equipo, menos presupuesto y menos notas favorables en los medios. El lubricante de la pauta no alcanza para influir en un electorado que quiere un cambio drástico y lo más rápido posible (ver Visto y Oído).
El oficialismo, en tanto, enfrenta un escenario también de dispersión, aunque menos agudo. Cristina Kirchner ya tomó la delantera con el blanqueo de su proyecto de voltear las PASO. También lo hizo con el protagonismo de su hijo que salió a vapulear a Alberto Fernández por un medio partidario y a desentenderse abiertamente de su gestión.
A ese vapuleo público se sumó su ministro del Interior al afirmar que el presidente debía ser “convencido” de la necesidad de eliminar las internas abiertas. El deseo expresado por Máximo Kirchner fue el de una candidatura de Cristina Kirchner tras un operativo clamor, pero nadie cree en esa posibilidad. Con las encuestas en la mano todo indica que la mamá de Máximo no tiene chances en las presidenciales, pero puede conseguir fácilmente una banca en el Senado por la provincia de Buenos Aires con los correspondientes fueros. A eso apunta. Tiene un futuro complejo en tribunales y la corporación judicial tiene a su vez una memoria rencorosa.
Sergio Crivelli
Twitter: @CrivelliSergio