El gobierno puso en marcha una campaña contraria a la lógica política más elemental. En primer lugar, reabrió anticipadamente el Congreso, único espacio institucional donde la oposición está representada y suele utilizar como vidriera para atraer la atención de los medios. Lo hizo, además, para que lo derroten, porque no tiene los votos necesarios para decapitar a la cúpula del Poder Judicial, propósito excluyente de la convocatoria a sesiones extraordinarias.
En pocas palabras, habilitó el escenario para que la oposición despotrique contra el manoseo institucional y, si con eso no alcanzara, le aseguró un éxito relativamente fácil en la tarea de proteger al tribunal.
La jugada es, sin embargo, coherente con la conducta del presidente desde que entró a la Casa Rosada: tatar de tapar con "relato" la cruda realidad. Intenta, por ejemplo, desplazar del debate público la crisis económica y, en especial, la responsabilidad del kirchnerismo en su agravamiento. Saca la conducción económica de la picota (Massa) para remplazarla por los cuatro ministros del tribunal. La suba del dólar y la imbatible alza de la inflación pasaron a ocupar lugares secundarios de la agenda.
La idea consiste en mantener todo el tiempo posible el juicio político abierto, aunque al final la aventura institucional termine en nada. Aun así, habrá cumplido objetivo. El peronismo tiene la costumbre de jugar con cosas que no tienen repuesto.
La segunda "idea" del presidente (no hay más) fue embestir contra Mauricio Macri. Es un mensaje dirigido al electorado peronista y "progre". Busca polarizar, proponiéndose a sí mismo como el polo antimacri. Intenta recrear la opción de hace cuatro años: una dolorosa racionalidad económica o un populismo de supuestos buenos modales.
Innecesario señalar que el calendario electoral no retrocede (nada en política lo hace) y que todo el cotillón que despliegue de acá en más no pretende apuntalar una candidatura real, sino a preservar una expectativa de poder ficticia. Si admitiese que no tiene la menor chance de reelección, la gobernabilidad sufriría un golpe de nocáut, aunque se trate de un gobierno peronista o precisamente por eso.
El resto de la campaña es construido casi diariamente con encuestas que hablan de una "recuperación" de la imagen presidencial y el eventual aumento de la intención de voto de un oficialismo al que en los hechos cuestionan dos de cada tres consultados. La "recuperación", prudentemente, suele equivaler al margen de error.
En este panorama se destaca el silencio de Cristina Kirchner. Ya anunció que no será candidata, decisión que no podía tener (ni tuvo) efectos neutros. El espacio que dejó libre tiende naturalmente a ser ocupado mientras no bendiga a alguno de sus subordinados o se arrepienta.
Ejemplo de este fenómeno fue la reacción del gobernador Juan Schiaretti y del ex gobernador Juan Manuel Urtubey que lanzaron sus candidaturas con la pretensión de instalar una tercera vía con otros mandatarios alejados de CFK y de Fernández. Anteayer Alberto Rodríguez Saá se sumó a la foto.
En 2019 una tentativa similar de gobernadores peronistas se frustró, pero la situación cambió drásticamente. Cuatro años después lo que está agotado no es el gobierno de Macri, sino el de Cristina Kirchner y Alberto Fernández.
El restante miembro del triunvirato en el poder, Sergio Massa, se aferra, entretanto, a una estrategia limitada a postergar cualquier definición. El día que se conoció que en contra de lo que había anticipado la inflación de diciembre había superado el 5%, se encontraba en Entre Ríos junto a Gustavo Bordet, gobernador peronista que se negó a firmar el pedido de juicio político a la Corte.
En ese marco Massa rechazó una eventual candidatura, atribuyó la inflación a la situación fiscal y pidió responsabilidad todos los sectores para resolver el problema. Más de lo mismo. No consigue frenar los precios a pesar de los acuerdos con empresarios. Tampoco el dólar. Juega a hacer tiempo, pero no va ganando. Ni siquiera empatando. Juega a perder por poco.
Massa apuesta a que con el gradualismo y los parches llegará a fin de año y podrá imponer su candidatura, pero las señales siguen siendo negativas. Insistir con esa receta no va a traer alivio y a esta altura no se sabe si es consciente de la fragilidad de la situación o empezó a creer su propio relato. Políticamente también juega a dos puntas, no apoya de manera pública el juicio a la Corte, pero sus diputados lo habilitan.
En suma, refleja la ambigüedad y confusión que caracteriza al peronismo después de que Cristina Kirchner se retiró del escenario electoral sumiéndolo en el caos. Refleja el "cambalache" oficialista para ponerlo en palabras de Pablo Moyano.
Sergio Crivelli
Twitter: @CrivelliSergio