La dramatización de ayer, emitida en una cadena nacional de hecho por Cristina, no despejó ninguna duda, porque no refutó las pruebas. Sin embargo, fue si un discurso político, un monólogo fiel a su estilo, dirigido a sembrar sospechas y recuperar lealtades.
Pero no se trata de una "diva del teléfono" o de las "mesazas", con un margen de ficción y de trucos escénicos inherentes a su trabajo. Cristina carga con la responsabilidad de sus ocho años como presidenta, cuyo balance los brindaron las urnas y, después, las encuestas.
Contrariamente a lo que dijo ayer, "no soy actriz, no tengo tanta experiencia en estudios de televisión como otros dirigentes políticos" quizá su condición histriónica sea, justamente, la principal explicación de su vigencia. Ella no concurre a los programas de televisión porque no soporta la repregunta; prefiere el monólogo, está cómoda en el stand up, en un escenario dominado por su figura y, apenas, con un coro de aplaudidores a su alrededor.
En ese punto tiene superávit.
También ha demostrado que entiende el funcionamiento de la "inteligencia política" y lo aplica para medirle el traje a propios y extraños. Esto no vale de mucho ante la Justicia, que es su problema en este momento.
Su condición de actriz le permite establecer creencias políticas en un sector minoritario al que ella se dirige. Ayer ubicó a la oposición política, a los medios profesionales y a la Justicia en el lugar de "ellos", el "pelotón de fusilamiento", el enemigo que "viene por ustedes, viene por el peronismo". Lo reforzó invocando una militancia juvenil, en los setenta, de la cual caben innumerables dudas, y un compromiso con los derechos humanos que no se corresponde con su apoyo a la autoamnistía de los jerarcas de la dictadura cuando, con Néstor Kirchner, hacían campaña a favor de Ítalo Lúder.
Esa formalización de la grieta política, el "ellos" y "nosotros" es el ABC de las autocracias. Y las autocracias no toleran que ningún poder del Estado controle al líder, sus cómplices ni sus testaferros. Por cierto, ella lo anunció al designar a Alberto Fernández como cabeza de fórmula: ambos iniciaron en ese momento el ataque al Poder Judicial, con una reforma que reduzca su función a la de una delegación presidencial, y anunciaron con bastante claridad que harían todo lo posible por evitar una condena de la ex presidenta.
Ella y su marido gobernaron durante 15 de los últimos 20 años y el balance no se cubre con retóricas. Pretender culpar al gobierno de Mauricio Macri por la crisis económica y social que se profundiza a lo largo del siglo es infantil, tanto como asociarlo con un control omnímodo de los jueces.
La actuación de los fiscales, en este caso, es valiente. Ayer, el juez cristinista Juan Ramos Padilla recomendó que a Luciani "le pongan un psicólogo para que no se suicide". Un tétrico y morboso comentario que, lejos de favorecer la posición de Cristina, vuelve a asociarla con la suerte corrida por Alberto Nisman. Por la tarde, en la Casa Rosada, especulaban que, con su defensa, fuera de tribunales y en su escenario predilecto, Cristina lograría alinear nuevamente al grueso del peronismo en el Frente de Todos.
Cuesta imaginar a la dirigencia peronista solidarizada incondicionalmente con un gobierno autodestruido, una vicepresidenta comprometida judicialmente y una inflación galopante que amenaza desbordarse. "El peronismo perdona todo, menos el fracaso" dice un axioma partidario, a lo que se añade: "Te acompaña hasta la puerta del cementerio, pero no entra".
La teatralización de ayer en estéril ante los jueces, pero absolutamente inservible frente a la inflación. La destrucción del ingreso de los sectores populares empezó en 2011, y en los cimbronazos posteriores de los sueldos y jubilaciones, la gente no estuvo mejor con el peronismo que con el macrismo.
Pero, ya lo dijo antes, Cristina sueña con la posteridad. Ayer lo ratificó, como presintiendo la condena: "Lamento esta persecución, milito desde muy joven y he corrido riesgos mayores ... Así que haber ingresado en la historia me llena de orgullo".
Francisco Sotelo