Miércoles, 02 Noviembre 2022 10:33

Nueva atmósfera en nuestro vecino y socio - Por Francisco Sotelo

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La sobreactuación de Alberto Fernández con su viaje a San Pablo para rendir culto a Lula no tiene nada que ver con la política internacional que ambos países deberían plantearse antes que sea tarde. Las relaciones se han visto comprometidas por las limitaciones de Fernández combinadas con la visión reaccionaria y grotesca de Jair Bolsonaro.

Ambos países, ahora con Lula, necesitan restablecer sus vínculos desde la perspectiva de los intereses superiores de las naciones y con conductas propias de las políticas de Estado. Pero no olvidemos que, en la campaña, tanto Lula como Bolsonaro pusieron a la economía argentina como el ejemplo de lo que Brasil no quiere ser. 

Brasil, con más de 210 millones de habitantes, es la principal economía de la región, la 12ª del mundo y el destino del grueso de las exportaciones argentinas, en especial, de productos industrializados. Es el cuarto inversor en la Argentina y ambos han logrado importantísimos avances en la construcción de confianza mutua a partir de la democratización de los 80. Así, dejaron de representar una hipótesis de conflicto militar uno para el otro y avanzaron en la cooperación nuclear con fines pacíficos.

Hoy están casi desactivadas las iniciativas de integración sudamericana como el Mercosur y la Unasur. Ambas pueden resultar decisivas para fortalecer a los países en el actual contexto internacional. El Mercosur es la principal reserva alimentaria del mundo, y a todo el bloque y al resto de los vecinos los beneficiaría una estrategia productiva y comercial de largo plazo. Esa estrategia debe partir de un acuerdo firme en materia de políticas ambientales y sociales, porque la trazabilidad de los productos ya es una condición central para el comercio internacional y requiere decisiones solidarias para ganar mercados sin caer en trampas de los ecoterroristas.

Sudamérica es hoy una región con fragilidades institucionales y con una fuerte demanda de desarrollo. Y ese desarrollo requiere que los gobiernos impulsen una ola de innovación y fortalecimiento tecnológico, con genuinas aspiraciones de liderazgo. En ese punto, como en muchos otros, Argentina está quedando rezagada, sobre todo en el desarrollo de patentes y en la consolidación de industrias y servicios adecuados a la nueva era tecnológica. Pero ese problema lo sufre todo el subcontinente.

A la vez, el mundo vive hoy una puja por la hegemonía global entre EEUU y China, muy diferente a lo que ocurría durante la Guerra Fría. China, a diferencia de la Unión Soviética, compite con su adversario con recursos comerciales y diplomáticos de los que el régimen comunista carecía para ofrecer a Latinoamérica. Esa fortaleza le permite avanzar con acuerdos en América Latina logrados a través de una diplomacia suave, pero son vínculos con una superpotencia, sin gran potencial militar actual pero con una visión autocrática de la política, en la que no entran valores como los derechos humanos o los derechos de las minorías.

Washington y Beijing no solo compiten por el control planetario de la tecnología 5G, sino que también piensan en la proyección de nuestra región en los dos océanos y en la Antártida, y en la disponibilidad de alimentos y de minerales críticos, como el litio.

En esta lucha de hegemonías, para nuestras naciones lo esencial es que se consolide una multipolaridad en equilibrio. El triunfo de Lula, celebrado en Occidente, puede ser el resultado del temor de las democracias frente a los autoritarismos "iliberales" que proliferan.

Bolsonaro se parece demasiado a Donald Trump.

Habrá que ver si la empatía con el fogueado luchador metalúrgico hace posible que ingresemos a una nueva etapa de integración regional sin ceder valores ni intereses genuinos.

Francisco Sotelo

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