Esta situación central, con sus lamentables pérdidas de tiempo incluidas, es la que, a seis meses de las presidenciales, ha hecho entrar políticamente al oficialismo en una pendiente que algunos consideran "ruinosa y sin remedio":
- a) porque en algo más de tres años de gobierno, el oficialismo siempre antepuso las internas a la gestión, prometiendo o anunciando cosas de modo exclusivamente marketinero, aunque en todos los casos resolviendo poco y nada, para dejar así que los hechos se duerman mientras se constataba de reojo qué iba a decir la Jefa y
- b) por jugar la baraja preferida del Instituto Patria, la de la victimización permanente, la de echarle la culpa a los demás para no hacerse cargo de nada y poniendo siempre por delante, de modo más que paranoico, las conspiraciones como excusa. Irritante y "más junado que el tango La Cumparsita".
Sin tocar los temas de fondo ultrasensibles (la educación en reversa, la deplorable tarea de inserción en el mundo o el poco apego a la división de poderes) y sólo mirando la cruel y rampante coyuntura (inflación, pobreza, droga e inseguridad, con la muerte de Daniel Barrientos como triste emblema), a medida que se suceden los acontecimientos, cada día que pasa, esa doble patología del kirchnerismo queda más expuesta.
Sergio Berni y Axel Kicillof fueron los dos últimos en jugar ese juego y eso no sólo aleja cada día más a los ciudadanos que nunca hubiesen votado al FdeT, sino que se ha comenzado a verificar in situ cómo muchos de los propios ya no tienen más argumentos que defender y saltan de vereda: la intención de voto cae, amenazan con Javier Milei o dicen que se van a abstener. En el sálvese quien pueda, gobernadores e intendentes ya están jugando su propio partido y así se torna más que caótico el presente oficialista.
Ese corrimiento, que también muestran las redes sociales, ya no es una mera sensación sino que lo verifican las encuestas (la de la Universidad de San Andrés es lapidaria al respecto) y hay dos o tres elementos a observar que sirven para ratificarlo: Cristina se muestra paralizada (raro en ella) y mientras Sergio Massa y Alberto Fernández, quienes deberían ser aliados en el timón económico, se miran de reojo por cuestiones electorales, sólo La Cámpora apunta a tomar la batuta ideológica, aunque sucede que todavía no le da el pinet intelectual. A veces, parece animarse, pero transita caminos gastados y elaborados anteriormente por la izquierda o el nacionalismo de los años 40 y en otras cae en la burda denuncia de mostrarse como perseguido por el periodismo, otro clásico.
En ese ambiente de dispersión y como muestra de su estancamiento, dos días después de que el Presidente y Massa se mostraran juntos (aunque separados) en los Estados Unidos, le pidieran al gobierno de Joe Biden una manito con el Fondo Monetario y hayan tirado algunas líneas más para conseguir un refuerzo transitorio del Tesoro para las Reservas para ganar así aire hasta las elecciones y ver si pueden ser pre-candidatos, la agrupación que dirige el hijo de la vicepresidenta usa como coartada la recordación de Malvinas para "profundizar en el concepto de soberanía" y para "identificar e impugnar toda forma de colonialismo", argumento que la lleva directamente a decir que "los intentos de subordinación económica en la historia de nuestro país se encuentran íntimamente ligados a la presencia del FMI".
El texto señala también que "una vez más, como lo hizo a lo largo de la historia, el Fondo busca disciplinar a decenas de países, especialmente en Latinoamérica, con acciones que apuntan a garantizar la hegemonía de los Estados Unidos". Es aquí cuando se observa el truco de que "la culpa no es nuestra" en su máxima expresión, porque además de manifestarse contra el FMI y los EEUU tira a la banquina, sin miramientos, a quienes acababan de poner la cara. Y lo hacen como si fueran parte de otro gobierno.
En su alegato nacionalista, La Cámpora omite cuestiones de fondo que debilitan su discurso. Por ejemplo, los superávits gemelos con los que Néstor Kirchner inauguró su gobierno en 2003 (herencia del tándem Duhalde-Remes Lenicov) y el mantenimiento de un tipo de cambio real alto que aseguraba la entrada de dólares, con crecimiento a tasas chinas y baja inflación, todos números que le permitieron en diciembre de 2005 pagarle la deuda al FMI. Esas fortalezas se fueron consumiendo con el paso del tiempo y con mayor profundidad desde que Cristina llegó a la Presidencia.
Así, cualquier gráfico del sector externo y de la situación fiscal de la Argentina que se quiera consultar muestra un tobogán que en 2011 obligó a establecer el cepo cambiario y que no deja de descender, hasta que se perdió la capacidad de endeudamiento, antecedente que obligó a Mauricio Macri a volver al FMI con sus propios errores también en la mochila, tras haber optado por el gradualismo para salir del déficit fiscal sin que los mercados avalaran el método.
En el devenir de los años K asociados al derrumbe, la acción populista de empujar el consumo a costa de la inversión, fascinación de Cristina por la adaptación que hizo el ministro Kicillof a su pensamiento, tipo de cambio atrasado inclusive, deja un par de preguntas latentes para los intrigantes y poco convincentes razonamientos de La Cámpora: ¿si el conservadurismo de Néstor entendía el problema, por qué Cristina viró a las antípodas y recesiones mediante trajo al país hasta aquí sostenida en un discurso que es el germen de la falta de dólares que hoy desvela al Gobierno y el de la inflación de tres dígitos que consolida la pobreza y que genera la inseguridad que la sociedad parece que ahora no perdona?
Y finalmente también, la pregunta del millón: ¿es el Fondo el que obliga o se trata de los países que no hacen lo que tienen qué hacer, como alinear de modo consistente las principales variables macroeconómicas para que se potencien y no se anulen entre sí, como ocurre de modo recurrente aquí desde hace una década al menos? En ese lapso se ha visto el estancamiento del Producto que se transformó en recesión, que las Reservas se desplomaron y que el riesgo-país se deterioró de una manera que deja en claro que la Argentina está fuera del mundo. En este contexto, no es nada rara la carencia de dólares, que la inflación venga saltando año tras año, de escalón en escalón y que impacte decisivamente en la sociedad más vulnerable.
Pues bien, por más que a Cristina, Máximo y Kicillof les pese, la gente dejó de naturalizar tanto humo y se avivó de todas estas cosas, más allá de la letra que le ha dado a la oposición específicamente el gobernador de la provincia de Buenos Aires. Durante la última semana, fue noticia primero porque una resolución suya, de las tantas malas decisiones que tomó como ministro de Economía que se inscriben en la mala praxis (la compensación a Repsol, la condena de Thomas Griesa por los holdouts, el muy mal arreglo que hizo para sacarse de encima al Club de París, la poca cintura ante el Ciadi, la renegociación de la deuda bonaerense, etc.), errores que los funcionarios deberían pagar con el descrédito en las urnas, detonó en Nueva York cuando la jueza Loretta Preska indicó que "la República" fue hallada culpable de no haber aplicado los Estatutos de YPF a la hora de la estatizar la petrolera y de no haberle ofrecido a todos los accionistas el mismo arreglo que hizo con Repsol.
Este juicio lo hizo un fondo buitre que se quedó con el derecho a litigar que tenía el Grupo Petersen, el mismo que ingresó a la compañía con palanca oficial por ser "expertos en mercados regulados" (la familia Eskenazi era amiga de los Kirchner), con un crédito y con adelanto de dividendos de la propia compañía, una locura para un sector que privilegia la exploración y el desarrollo de yacimientos por sobre la distribución de utilidades. Estos giros millonarios para que el grupo legalmente inscripto como hispano-australiano le pagara a Repsol fue avalado por el mismísimo director por el Estado. En este caso puntual, quizás habría que revisar también el concepto de soberanía que pregona La Cámpora.
Más allá de las sospechas que hay por detrás, la figura de Kicillof no se puede desligar de todo el proceso, inclusive por aquella famosa frase que pronunció cuando dijo que la estatización no le iba a salir un solo centavo a la Argentina, sino que Repsol iba a tener que pagar por los pasivos ambientales. Más allá de la fanfarroneada, terminó reconociéndole él a los españoles U$S 5 mil millones en bonos para el año 2031 y ahora surge esta circunstancia que le puede costar al país cerca de U$S 20 mil millones en el tiempo. Por no haber leído siquiera los Estatutos de la petrolera, se hizo lo que no se podía hacer.
Después del fallo de Preska no hubo ni una sola voz oficial que haya salido a bancar el desaguisado ni siquiera con el consabido "somos inocentes", ni de parte de los funcionarios ni mucho menos de los legisladores que votaron la estatización inflamados de soberanía. Tanto o más responsable que el ex ministro fue la entonces Presidenta. Y un par de días después, la justicia del Reino Unido le pegó otro mandoble a Kicillof (son U$S 1.330 millones más), por haber atendido la medición del INDEC del año 2014 y por no haber pagado el cupón del PBI al cambiar la base de cálculo. El descrédito es tal, que a hoy, en el FdeT no se sabe si es todavía segura su reelección.
Otra muestra de la degradación ha sido el modo en que se manejó el repudiable ataque al ministro de Seguridad bonaerense, Sergio Berni. De su parte y de quienes le dieron instrucciones a él y a Kicillof sobre el asalto (desmentido por los pasajeros del micro), de echarle la culpa a Patricia Bullrich, de hablar de complot y de responsabilizar a la Policía de la CABA que puso la cara (hubo ocho heridos) para defenderlo. Sus jefes políticos hasta lo sacaron a Berni de la generosa actitud de no hacer una denuncia contra los trabajadores enardecidos y lo empujaron a mostrar acción con los operativos de captura a los agresores de la Bonaerense (allí hubo presencia de efectivos de la Ciudad) y con el cacheo de pasajeros de colectivos que, si no fueran una parodia, bien podrían emparentarse con los controles de la dictadura.
Más allá de los calificativos hacia el show, está claro que en ambos casos las cámaras de TV llegaron antes que la propia Policía, lo que minimiza la gravedad de la situación y la reduce a un simple espectáculo marketinero, la especialidad de la casa. Berni parece estar en las diez de últimas y hasta Aníbal Fernández le enviará la Gendarmería al Conurbano para mojarle la oreja. "No hagan olas" dice el chiste. Éstas son propias y parecen imparables.
Hugo E. Grimaldi