Desde ese acto en la ciudad de La Plata se ha abierto un abanico (valga la foto) de interpretaciones de diferente calibre. Para algunos el Presidente ha abdicado, aunque para otros se ha mostrado realista y ha elevado públicamente a los altares a su referente política quien, con cierta alevosía, minutos antes lo había encadenado públicamente dándole consejos de tono imperativo. Ha quedado demasiado claro que ya pasó el tiempo de los consejos o de las sugerencias y parece que llegó el momento de ordenar el tablero de comando. Lo cierto es que Fernández, un hombre que en tiempos lejanos sorprendía por su vitalidad y coherencia, pareció esta vez muy cansado de disimular los muchos y groseros errores de su gobierno y en un momento dado hasta pareció entregarse a la voluntad de los dioses.
Según el costado de la grieta en donde cada uno se ubique puede haber interpretaciones muy distintas sobre la frase y la actitud presidencial. Algunos podrán decir que su reverencia verbal fue un reconocimiento de lealtad política (ya se verá si sincero u obligado por las circunstancias), otros que la frase de Fernández fue sacada de contexto por la prensa (por supuesto que lo dirán, aunque aquí no caben traducciones) y otros más explicarán psicológicamente los porqué del acto fallido que puede representar un dicho expresado así al voleo. Entre todas las interpretaciones posibles habrá que ver en la práctica cómo toma esta voltereta de la historia el peronismo más clásico, sobre todo el de los gobernadores más refractarios a la vuelta de un kirchnerismo sin contrapesos. La cara de Sergio Massa, escondida tras un barbijo, no da por ahora para mayores interpretaciones, pese a los aplausos y las sonrisas del final.
Lo más concreto y para que no se diga que “únicamente” Cristina está preocupada por zafar de la cuestión judicial poniéndose como víctima del “lawfare”, mientras se ocupa de armar el propio de acuerdo a sus necesidades (una nueva Cámara Federal, por ejemplo), es que ella ha vuelto esencialmente al centro de la escena política para que la moral de la tropa no decline ante el silencio táctico de la jefa. Recargada, la vicepresidenta ya no volvió a decir que hay funcionarios que “no funcionan” sino que directamente sugirió cambios en el Gabinete de todos aquellos “que tengan miedo o que no se animen”, profesión de fidelidad que amplió a los legisladores.
La gran pregunta a responder es miedo a qué cosa y allí se abre otro abanico de respuestas: ¿a cambiar la Constitución, a cooptar la Justicia, a salirse del mundo o a hacer una suerte de revolución que termine consagrando a una nueva burguesía que sea la ganadora del modelo, mientras que los que no acompañen se quedan afuera? En su discurso de esclarecimiento, también Cristina instruyó públicamente al Presidente sobre un par de ítems vitales para seguir adelante, según la concepción estatista y keynesiana de estímulo a la demanda que usó siempre el peronismo y que alguna vez desde la teoría le inyectó a ella Axel Kicillof, conceptos que seguramente explican los aplausos frenéticos del gobernador bonaerense.
Una propuesta como la que formuló la vicepresidenta, con plata en el bolsillo de la gente y emisión en auge para forzar algún tipo de reactivación (“hay que alinear salarios y jubilaciones, precios -sobre todo los de los alimentos- y tarifas”), aun a costa de explosiones inflacionarias, puede tener dos explicaciones: o es jueguito para la tribuna sólo para contentar a la tropa que tiene la cabeza formateada para rechazar cualquier ajuste o es la verdad revelada de todo lo que se viene, con lo cual se pone entre paréntesis la tarea de Martín Guzmán en el cara a cara con el FMI, contrincante que tampoco se lleva nada bien con la pasión regulatoria del Gobierno. Esta percepción sobre un futuro bastante negro y sin inversiones, derivado además de una desmedida y casi absurda presión tributaria, es la misma que ya ordenaba los planes de subsistencia de la mayor parte de las empresas, las que ahora también han empezado a ser jaqueadas explícitamente desde el kirchnerismo.
“Los empresarios tienen que entender que los argentinos no pueden más y no puede ser que quieran hacer lo mismo todos los años”, dijo sobre el aumento de los precios Máximo Kirchner y más allá de saber que los gobiernos siempre buscan culpar a los demás de sus propios desaguisados, vale detenerse en su discurso desde dos puntos de vista. Primero, en la concepción bien oportunista y casi de subestimación del electorado de que los precios suben por el egoísmo y la maldad empresaria y no por la acción del Estado-emisor y segundo, que para evitar la inflación hay que poner controles, un método que, aunque atrasa 70 años, siempre parece volver para tapar los errores propios.
Otro punto bien crítico que abordó la vicepresidenta fue la cuestión hospitalaria en la Ciudad de Buenos Aires, la que debe explicarse también desde la tirria de Cristina hacia los votantes porteños y las autoridades que han elegido. Como siempre hace en sus manifestaciones públicas, ella disfraza sus propios gustos políticos como una necesidad: “Tenemos dividido el sistema de salud en tres: público, privado y obras sociales. Vamos a tener que repensar un sistema de salud integrado”, dijo. A partir de esa generalización más propia del “hay que” de los políticos que de algo efectivo comenzó el embate ideológico hacia una Ciudad que ha dicho que sobre 10 pacientes atiende a sólo a tres porteños y entonces hizo suyo el estrambótico concepto de su hijo, que el “problema” es que esos hospitales deberían estar en otra parte.
Un argumento de tal calibre sólo se sostiene si alguien hubiese preguntado qué pasa con las siete personas restantes y por qué los distritos de dónde provienen, casi todos del Conurbano que tienen intendentes peronistas desde hace décadas, casi no han construido hospitales. El fondo de la cuestión es “disparen contra Rodríguez Larreta”, en un área donde claramente la CABA ha sacado ventajas de todo tipo en cuanto al manejo de la pandemia, comenzando por la seriedad del ministro de Salud, Fernán Quirós. Más allá de los sospechosos movimientos gremiales de los últimos días, seguramente ya debe haber diputados del formato que prefiere Cristina empeñados en buscar fondos federales de asignación específica a la salud de la Ciudad o fórmulas para recortarle recursos, con el Hospital Garraham en primer término. El caso es que como los contribuyentes porteños fingen que no se dan cuenta que se trata de ataques contra su propio bolsillo (así pasó en los dos embates anteriores), habilitan a la Nación -impulsada por la gesta cristinista- para que siga avanzando hasta ahogarlos.
No deja de ser llamativo también la referencia a la salud, un lugar donde el Estado-presente que suele llenar la boca del peronismo ha defeccionado en toda la línea. Para una Estado-céntrica como es Cristina, amante de las regulaciones y del dedo disciplinador del Estado eso mismo es una bofetada porque le impide ordenar voluntades, sobre todo las del empresariado (segunda pata del lawfare). Ya lo está haciendo con las comunicaciones con planes impuestos a precio fijo, llegarán en marzo las tarifas diferenciadas de luz y gas para usuarios pudientes y seguramente empezarán los aprietes a la medicina prepaga.
Lo cierto es que en un sector tan crítico como el de la salud no quedó desliz sin cometer y los chichones se los llevó el ministro Ginés González García y el propio Presidente quien, abrumado por sus propios padeceres, errores y tropiezos no ha encontrado la manera de salir del laberinto de sus declaraciones, desmentidas y parches, otro eslabón más de su devaluación política. El último en darle un disgusto importante fue el presidente de la Federación Rusa, Vladimir Putin, quien dejó a medio gobierno enredado en el operativo de defensa de la vacuna de ese país, un tema en el que también Cristina y su ideología tuvieron mucho que ver. Lo más concreto es que hoy la Argentina está únicamente a merced de las 300 mil dosis que podrían llegar en Navidad de Moscú y que no servirán para vacunar a los mayores de riesgo aunque la ANMAT las autorice como “excepción”, porque sin las vacunas de Moderna (sólo para los Estados Unidos, por ahora), ni las de Astra Zéneca (trabadas por derivaciones en algunos voluntarios de la fase 2), ni las de Pfizer por algún problema que denunció el ministro y que nadie quiere comentar, sólo quedan las de China como posibilidad.
El propio Gobierno ha terminado por justificar sus tropiezos en que la situación de la provisión de vacunas es “dinámica” en todo el mundo. Por ese motivo, porque todo cambia todo el tiempo, tampoco se entienden sus apresurados toques de clarín cada vez que quisieron anunciar algo. Buscaron ser fieles al esquema comunicacional del kirchnerismo, en el que el parecer es más importante que el ser, ya que se apunta no a convencer a los de afuera sino a catequizar y a sumarle orgullo a la militancia para que discuta todo lo que se le cruza, pero una vez más las copias no suelen salir mejor que los originales. Cristina clausuró la goleada del viernes dándole al Gobierno una lección al respecto y diciéndole a todos y todas cómo serán las cosas de ahora en más.
Hugo E. Grimaldi