En la eterna búsqueda de las sombras culpables que justifiquen todo, las contrapartidas más conocidas del léxico oficial son la "paupérrima" herencia, el mundo (pandemia y guerra incluidas), la oposición, los empresarios especuladores que "acaparan ganancias" y el periodismo (por supuesto). Fuera del habitual conteo está el veneno ideológico que le disparan al Presidente desde su propia coalición (La Cámpora le reclamó "valentía"), aunque todos saben que ésa es su principal contrariedad: Cristina Kirchner es una colina inexpugnable y él no está dispuesto al asalto.
El problema no son las recurrentes equivocaciones presidenciales, confusiones de todo tipo que le insumen un notorio auto-desgaste, sino el agotamiento de la ciudadanía por la palpable inacción que deriva de la inseguridad manifiesta de su ir y volver siempre al mismo lugar. Eso se llama tener un mínimo volumen político. Si la consigna que transmite el presidente Alberto Fernández fuese únicamente la necesidad de levantarse después de tanta pérdida de tiempo, de algún modo se justificaría el "no nos van a desanimar", colmo de la victimización que expresa la campaña oficial y una suerte de macumba para atraer a la suerte y expulsar a los demonios. Pero si todo es para inspirar un poco más de lástima y justificarse para que las encuestas de imagen y de gestión no le den horribles, la excusa será una vez más absorbida por la realidad.
Sin embargo, no todo parece ser un problema de formas, ni tampoco lo es haber cargado a su billetera la donación para barrer la fiesta de Olivos debajo de la alfombra. La opinión pública esta sensibilizada por otras cosas y a esta altura del deterioro, el tic de mostrase siempre como damnificado de quienes "siembran la desesperanza", como el decir qué se va a hacer y luego no hacerlo, es casi un rasgo irrecuperable de una personalidad que le impide a Fernández seguir un solo camino, aunque él se aparta de la vía no por tener una hábil muñeca, sino por su propia inseguridad.
El verdadero problema del jefe del Estado está primordialmente en que parece no estar convencido nunca de aquello que encara, pero además en que ha sido tan recurrente su proceder que la sociedad no tuvo más remedio que advertir que su Presidente vive en medio de contradicciones, mala praxis, prejuicios, lugares comunes, ambigüedades y subestimaciones, pero sobre todo que padece una suerte de desconocimiento sobre hacia dónde ha ido el mundo exitoso en los últimos 70 años. Este es más o menos el tiempo de las recetas que el Gobierno todavía ensaya bajo el influjo de un kirchnerismo que fracasó con lo mismo en el segundo gobierno de Cristina (más consumo, precios controlados, retenciones, planes sociales, tarifas pisadas y un Estado gigante) mientras él era un furioso crítico de la situación.
La Generación del 80, con el progreso como bandera, atrajo gente a la tierra de promisión mostrando un horizonte. Luego, con aires de igualdad, el peronismo corporativo de la década del 40 se mantuvo "neutral", pero aprovechó la guerra para que las reservas hicieran estallar los pasillos del Banco Central. Más tarde, en los años ‘90, la Argentina se prendió a la ola globalizadora y generó una década de estabilidad sin emitir pesos, aunque el encanto terminó con una deuda fenomenal. Cada una de esas experiencias luego fue emparchada por quienes siguieron en la historia, pero en todos los casos -en más o en menos equivocados- esos fueron proyectos hacia el futuro, experiencias propias del mundo de cada tiempo.
Lo que sucede hoy en la Argentina lapidó todos esos antecedentes, ya que el actual proyecto es pasado puro y está basado en objetivos e instrumentos que han fracasado una y otra vez. Ese es el verdadero fondo de la cuestión y es lo que genera desconfianza adentro y afuera, entre votantes e inversores. A la luz de esos remedios ya vencidos, la cura parece lejana: no hay inversiones, se consumen las reservas, el empleo no se recupera y aunque el consumo parece estancado, la inflación comienza a espiralizarse. Algunos economistas muy serios ya la calculan en 75% para este año.
El último fue un viernes negro para el Presidente. El discurso que pronunció ante los obreros de la UOCRA, con un solo gobernador presente (la mayoría está cansado de sus zigzags que se traducen en indefiniciones) y con medio Gabinete ausente pese a la cuasi orden de Juan Manzur de acompañar al Presidente, no resultó ser nada fundacional, tal como se había prometido, ni mucho menos un mensaje con la gastada y totalitaria fórmula de la "unidad", cliché que el peronismo expuso un día después en Mendoza. Lo de Fernández fue también una serie de lugares comunes, plagados de promesas antiguas y además voluntaristas que tienen un pesado lastre a levantar, ya que después de casi 30 meses de gobierno, en los que la ciudadanía ha comprobado más de una vez cómo el viento se lleva invariablemente sus palabras, esa recurrencia le ha dado pasto una y otra vez a aquel refrán que dice que "lo cierto se hace dudoso".
Una de las mayores dificultades presidenciales es su pasión por atender más de un mostrador de la realidad (y a veces de los dos lados) y por querer jugar a mezclar una de cal y una de arena para contentar a todos, sin ser un Carlos Menem, quien halagaba a tirios y troyanos y caía bien parado casi siempre. No es el caso de Fernández el del pragmático que da una vuelta en el aire y cambia de rumbo, sino que lo que él suele hacer es un pastiche rígido que subestimando a la ciudadanía y creyendo que nadie le va a pasar factura, tira por la borda lo prometido y hasta es capaz de volver al punto de partida para hacer exactamente lo contrario. Esa maleabilidad no es un rasgo utilitario del Presidente, sino que es algo sinuoso que se inscribe en su aparente falta de convicciones, cosa que se le reprocha en las encuestas.
La opinión pública tiene en claro que "la guerra contra la inflación" no comenzó nunca y también ese comportamiento lo expuso en ese discurso que alguno imaginó de barricada y para marcar la cancha y que se quedó en las gateras. Antes de la alocución de Esteban Echeverría y por radio, Fernández dejó un par de muestras prácticas de sus despistes. El caso de las retenciones al agro es un muy buen ejemplo para definir ese rasgo de querer estar alineado siempre con Dios y con el demonio a la vez. Con un agravante, que ya todos conocen su juego y entonces queda mal con las dos partes, se apichona, decide cambiar de rumbo y, como el Arlequino de Goldoni, le sale lo que le sale.
"Las retenciones son un tema legislativo y necesito que el Congreso entienda el problema y, llegado el caso, acompañe una decisión de esa naturaleza", dijo temprano. Más allá de que el tic autoritario que conlleva el verbo "entender", el mensaje fue un clásico: si no se hay ingresos por más retenciones, entonces la culpa no será mía sino de la oposición. El blooper se perfeccionó un rato después cuando el ministro de Agricultura, Julián Domínguez, quien el jueves en la reunión de Gabinete la había agradecido a su colega Martín Guzmán lo que había dicho la noche anterior en C5N sobre el "no" al aumento, puso un tuit en el que le enmendaba la plana al propio Presidente: "De ninguna manera se van a aumentar las retenciones ni enviar un proyecto de ley", dijo.
Todo este desatino comunicacional, expuesto a corazón abierto por la más alta autoridad del país y en la vereda opuesta por al menos dos de los funcionarios que lo apoyan, tuvo un rebote inmediato entre los gobernadores, ya que son quienes deben lidiar con los productores y, además, algunos de ellos están muy molestos por los aumentos en el transporte en el interior. Otro punto en contra para Fernández: más allá del daño auto infligido, es que él mismo no tiene paz. Cuando Manzur le dice a los ministros que no hay que hablar de las internas porque los periodistas paran la oreja, ya que eso los seduce más que el gacetilleo dedicado a los eventuales logros del Gobierno, seguramente no toma en cuenta los resbalones que se pegan los propios, el Presidente en primer lugar.
A veces, las manifestaciones presidenciales son algo grotescas, como cuando en ese mismo discurso se dedicó a criticar los créditos hipotecarios ajustados por UVA y habló de las "víctimas" del sistema, sin considerar que el mismísimo BCRA señala que la cantidad de personas que no pueden pagar las cuotas (morosos) es mínima en relación al total de créditos acordados. El verdadero tiro en el pie se lo pega el Presidente cuando habla de un "futuro incierto" para los deudores y critica que la fórmula de ajuste vaya pegada a la inflación y no a los salarios. Lo que en verdad Fernández está reconociendo es que los salarios van a correrla de atrás durante mucho tiempo y que por eso se tratará de corregir legislativamente el tema. Era Perón quien decía que "los sueldos suben por la escalera y los precios por el ascensor": nada nuevo bajo el Sol.
El caso del Censo fue otro capítulo más de los innumerables traspiés presidenciales. El miércoles, cuando las caras largas en el INDEC eran manifiestas y ya se había dicho que se iba a prorrogar la recolección presencial y digital de datos por seis días más, el optimismo presidencial hizo que calificara de "ejemplar" una jornada de fracaso. Un día después, se dio a conocer una probable y milimétrica cifra de censados (47.327.407) y no porque un actuario no pueda proyectar con bastante razonabilidad un resultado, sino porque la idea era mostrar algún logro, aunque sea indemostrable, para cubrir esa fallida intervención presidencial. Estadísticamente, la cosa dio para verificar la caída del PIB per cápita a valores similares a 2010, aunque no faltará quien diga que venda como un éxito que ahora hay menos pobres y desocupados que una semana atrás,
Una última: Fernández viajó a Europa para interesar al Viejo Continente para que haga las inversiones que se necesitan para sacar el gas de Vaca Muerta, ya que faltan gasoductos a los puertos y plantas de licuefacción que permitan llenar los barcos metaneros de aquí para allá. Tan interesante estrategia, que mostraba cómo alguna vez hay alguien que piensa en el futuro porque el final del camino serán divisas para sumar reservas y en el medio trabajo para los argentinos, se frustró porque se eligió el camino de comunicar fácil que el tema habían sido los granos y la energía que les vamos a vender, como si hubiera inmediatez y se obvió lo importante para dotar al relato de triunfalismo, como si la piel del oso ya estuviera disponible sin cazar todavía al animal. Pero ocurre que ahora el Presidente se arrepintió de todo aquello y acaba de decir que fue "a plantearles a los líderes europeos que estaban causando un daño enorme en el Sur del mundo". No porque esto último no sea verdad, sino porque es funcional al relato de la victimización, se vuelve a preferir el serpenteo discursivo y así la confusión nunca termina.
¿Tiene rollo esta película tan demoníaca para seguir un poco más? Es la pregunta del millón porque la contrapartida de tantos desatinos es el parate productivo o al menos la falta de dinamismo para poner en marcha la rueda. En la resolución del enigma no sólo juega el Presidente, sino sus detractores y apoyos (pocos) dentro del Frente de Todos, mientras la oposición, metida en sus propios líos internos dentro de cada partido y en la coalición también, se hace fuerte en el Congreso casi como una aliada del propio Presidente. "El enemigo de mi enemigo es mi amigo", se suele decir.
Hugo E. Grimaldi