Editorial

Culmina un año crítico. Que marca el destino final del despotismo kirchnerista que hemos padecido durante tres lustros y que sólo nos resta la lucha cívica final en 2023, que marcará el inicio de cambios profundos que requiere nuestra democracia liberal.

Cada año que me toca describir el nacimiento de esta lucha cívica digital, en la inmensa profundidad de la minoría que nos resistíamos a admitir que 71 días antes - el 25 de mayo de 2003- un “amo de un feudo” sureño, usurero por herencia, se calzaba la banda presidencial en manos de su “padrino” Eduardo Duhalde, era impensable que este proyecto periodístico perdurara.

 

A menos de dos meses de haber “ganado-ganando” como sucedió el pasado cercano del 14 de noviembre, la imagen que deja en la noble ciudadanía no politizada que confió en “Juntos por el Cambio” es al menos de desilusión.

 

 

Fueron 740 días enmarcados entre dudas y fuertes traiciones.

 

 Cada año que me toca describir el nacimiento de esta lucha cívica digital, en la inmensa profundidad de la minoría que nos resistíamos a admitir que 71 días antes - el 25 de mayo de 2003- un “amo de un feudo” sureño, usurero por herencia, se calzaba la banda presidencial en manos de su “padrino” Eduardo Duhalde, era impensable que este proyecto periodístico perdurara. 

 

 

Cada año que me toca describir el nacimiento de esta lucha cívica digital, en la inmensa profundidad de la minoría que nos resistíamos a admitir que 71 días antes - el 25 de mayo de 2003- un “amo de un feudo” sureño, usurero por herencia, se calzaba la banda presidencial en manos de su “padrino” Eduardo Duhalde, era impensable que este proyecto periodístico perdurara.

 

La composición geográfica de nuestro país, con su amplitud territorial y variedades climáticas, ha desarrollado, a lo largo de nuestra organización institucional, graves injusticias socioeconómicas, en las cuales el centralismo se destaca como uno de los elementos más característicos de dicha disfunción.

 

Fernando de la Rúa Bruno nació en Córdoba el 15 de septiembre de 1937, hijo de Antonio de la Rúa y Eleonora Bruno, una familia de clase media ilustrada. Su abuelo paterno fue un emigrante gallego que conquistó un buen pasar económico y su padre ejerció la abogacía en Córdoba, fue Interventor de Jujuy en 1955 y llegó a presidente del Tribunal Supremo de la provincia mediterránea.

 

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